29 octubre, 2006

El Ultimo Día

El tiempo se fue rápido, corrió más rápido que la bici.
Se fue entre los acantilados y se escurrió como el agua que caía de la montaña en precarias cascadas. Bajábamos laderas cubiertas de polvo. Estábamos sucios hasta el alma, pero nuestra alma estaba limpia.
El tiempo de viajar juntos se fue rápido, pero fue un buen tiempo. Generoso.

Nos permitió abrir nuestro corazón abriendo las puertas del pasado, un pasado que ha sido oscuro, pero también resplandeciente y colorido, un pasado que sirvió de puente para el hoy que está lleno de amor, así las heridas duelan, así dejemos escapar una lágrima en memoria de esos abismos que cruzamos.

Y mi padre se detenía para divisar el paisaje mientras íbamos de los 4.700 metros a los 1.200 en sólo tres horas, y yo iba rápido para destrozar el fantasma que nació el 25 de diciembre de 1995 cuando me lancé sin contemplaciones desde el alto del chulo, un fantasma que me dejó sus huellas en mi rostro. Pero es que todos tenemos cicatrices, y hay algunas que se vuelven pálidas y persistentes como la mía, y otras que se ocultan para siempre.
Mi padre se fue, pero el último día nos lanzamos por el camino de la muerte llenos de vida, porque esos días juntos nos dejaron más vivos, más amigos, más cercanos.

Te quiero mucho pa.



Antes de iniciar el descenso. A las 6 de la mañana iniciamos un recorrido en bicicleta que partía de los 4.700 metros de altura.





El comienzo del recorrido es en carretera asfaltada y pudimos ir muy rápido, pero luego nos internamos al camino de la muerte. Una carretera destapada de 4 metros de ancho por la que circulan camiones y buses.





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