19 mayo, 2010

Nuevos Ojos

Me costaba trabajo creer que realmente estaba allá. Lo observaba todo y a todos con el entendimiento que me ha dado la distancia, fijándome en detalles que me habían estado ocultos, y que tal vez también lo estén para el que está intoxicado con el aire espeso y oscuro de Bogotá.


Mi familia es la misma de siempre, pero su valor se ha multiplicado con cada día que he estado lejos. Es increíble poder observarlos cara a cara y hablar en esa mecánica de no tomarnos nada en serio y de entregarnos amor de las maneras más simples.


Hemos vuelto a acostarnos todos en la misma cama para ver una película, a jugar rummy con mi mamá, a desayunar juntos tamal, pan francés y chocolate. Hemos armado el árbol de navidad y el pesebre, nos hemos sentado alrededor de la chimenea y de un asador asediado por chihuahuas. Cada instante de mi vida que antes era normal y cotidiano ahora es un inmenso tesoro.

Durmiendo televisión, he venido para descubrir que mi mamá y mi papá ahora roncan en coro con canto sincronizado. Mónica y yo nos turnamos para pegarle un suave codazo a cada padre y devolvemos la película cada vez que ha sido imposible escuchar.


Mi hermana Mónica es una experta en la cocina japonesa y nos prepara cada día una nueva y deliciosa receta, Chiqui hace una riquisima sopa mexicana y mi mamá sus famosas piernitas de pollo apanadas. Cada vez que llega la noche a San Antonio me quedo dormido en mi cuarto con un silencio que zumba en mis oídos y me pierdo en una oscuridad absoluta que en ningun otro lugar se puede encontrar. Por la mañana me despiertan los gritos de mi mamá, los ladridos de los perros, las habladurías de los loros, o el afán de aprovechar el día al máximo, casi siempre haciendo nada.


Me doy consuelo pensando en lo necesario que era estar lejos para apreciar todas esas pequeñas cosas que hacen que mi vida sea completa.
Experimentando el presente y exprimiéndolo hasta el agotamiento, con Mónica tomamos cientos de fotos con la certeza de que al estar otra vez lejos nos llenará de vigor observarlas y nos recordarán que tenemos una familia que nos ama infinitamente y que vino con nosotros a este mundo para que aprendieramos juntos esa dura lección de amar con desapego.
Mientras pasamos el exámen, nos reconfortamos sabiendo que si nuestros padres no sólo tuvieron el valor de dejarnos partir con la libertad con que lo hicieron, sino que también nos prepararon para ello, es porque nos aman mucho más de lo que se aman a sí mismos, y estaremos siempre agradecidos con ellos por habernos dado alas y enseñarnos a volar.