01 septiembre, 2006

¡¡ Loros en Trujillo !!

Hoy salí a conocer Huanchaco, el primer lugar que encontré fué un muelle en el que te venden un Nylon y pequeñas conchitas que sirven de carnada. Pagué 3 soles y en 1 hora saqué 3 pececitos. El que aparece en la foto es uno de ellos... ¡¡Muy divertido!!
Sólo que luego te dan otra carnada que son pequeñas cucarachas marinas a las que debes clavarles el anzuelo mientras baten sus patitas... no fuí capaz... tuve que devolver el naylon y la bolsa llena de cucarachas.

Cuando estaba en el muelle un señor se acercó a venderme unos peces hechos por niños de una congregación que se llama Victory Fellowship. Son niños que muchas veces han sido recuperados de las calles o son hijos de personas que están saliendo de problemas con las drogas. No le compré. Pero le pregunté dónde quedaba el lugar y me llevó, en la tarde al sitio de Huanchaco, y en la noche al que queda en Trujillo.

Hicimos una granja de animales en Huanchaco, y loros de colores en Trujillo. Muy enriquecedor como siempre.

Por cierto, me impresiona mucho el culto que hacen en su iglesia, cantan, bailan y la pasan bien, y eso lo hacen todos los días... Creo que es bastante animado tratándose de un culto religioso, me gusta mucho mas que el lúgubre y triste ambiente de las iglesias plagadas de estatuas en sufrimiento. La religión debería ser algo que sea como lo que allí vi. Una Fiesta.

Aquí estoy con los niños de Trujillo...

Aaaa!!! esta es una foto suelta de las ruinas de Chan Chan, la ciudad de barro más grande del mundo...


29 agosto, 2006

Las Primeras Fotos de Perú




¡¡¡En Perú!!!

La frontera


Sembrados de arroz luego de cruzar la frontera...

Al principio el camino es un animal gigante y crees que te va a tragar entero. Cuando salí hace dos meses, pensaba que el trayecto de 2 horas de Bogotá a Melgar era gigante y aburridísimo, ¿o que tal 8 horas hasta Medellín?, ¿o 10 hasta Cali?. Ni hablar de un viaje en auto de Bogotá hasta la costa atlántica. ¿O que tal… en bus? ¿Y que tal si va haciendo paradas en las ciudades principales? Pero ahora un trayecto medianamente interesante no baja de 6 horas, y uno muy interesante está sobre las 12 horas. Ayer salí de Vilcabamba a las siete y media de la mañana, llegué a Loja 1 hora y media después, es decir, a las nueve. A las diez salí en otro bus para Macará, en la frontera. Llegué a las tres. Ahí duré 1 hora cruzando la frontera no sin omitir los comentarios incómodos recibidos en inmigración: “¿A cómo está el kilo en Colombia?”, “Pero… para viajar de esa manera tiene que ser porque tenía un trabajo muy bien pago…” , “¿Y en esa maleta cuántos kilos podrán caber?”. Menos mal que antes de irme mi primo Fernando, odontólogo, me hizo el blanqueamiento de dientes, con ellos pude devorar de una sonrisa el gusano asesino que me bailó en el estómago y que quería salir y tragarse de un bocado a los suboficiales. Luego tomé un taxi-colectivo que en 2 horas y media me dejó en Sullana, ahí tomé un moto taxi que me dejó en el Terminal donde tomé otro bus que a las 12 de la noche me dejó en Chiclayo, ¡¡¡En Peruuú!!! Y es que yo no sé por qué se me metió en la cabeza que tenía que llegar a Chiclayo el mismo día, en la noche me reprendí por ser tan codicioso y querer andar tanto en poco tiempo. Lo bueno es que ésta mañana cuando salí a pasear, tuve mi recompensa… Más abajo están las fotos...


Estas fotos y las demás arriba son en las ruinas de Túcume.




Y las fotos que estaban más arriba...

¡¡¡Más Amigos!!!

Tal vez una de las mayores sorpresas que he tenido en el viaje es haber descubierto que puedo adquirir amigos sin perder mi timidez, y que puedo salir a la calle sin peinarme.
El segundo día en Vilcabamba, mientras subía por unas piedras en forma de indígena durmiente, encontré 4 israelitas en mi camino. Simplemente hablamos del sendero, de la posibilidad de caer, del fuerte viento, de Ecuador y sus costumbres.
Pero yo como soy tímido, pero mi curiosidad es más grande que mi timidez, no me pude aguantar las ganas de preguntarles qué pensaban de la guerra, de los feroces ataques de Israel en Líbano, de los niños muertos y sus sentimientos.
La curiosidad mató la timidez, pero la curiosidad también mató al gato. Uno de ellos respondió feroz que todo estaba justificado, que los árabes se habían llevado a dos de sus compatriotas, que Israel había sido benévolo y que los palestinos no habían sabido responder a su benevolencia. El otro respondió que todo era absurdo, que después de los ataques sólo se podría esperar más violencia, que era imposible querer llegar a la paz usando las armas, que nunca se justificaría la muerte de miles de personas y la destrucción de un país por el secuestro de 2 personas.
Seguramente no debí preguntar. Pero es que andaba con un gran peso desde que había visto casi llorar al Arabito del restaurante de Guayaquil mientras leía el periódico unas semanas atrás. Y tengo que decir que me gustó el segundo punto de vista porque si las fronteras y otras tonterías no existieran, valdría igual la vida de un israelí que la vida de un libanés, y valdría igual la vida de un colombiano que la de un ecuatoriano, y aún mas allá de eso, si pienso en la gente de distintas nacionalidades que voy conociendo en el viaje, todos han sido muy amables. Ninguno de ellos vale más o menos, porque mientras hablo con ellos observo que somos muy parecidos, mucho más parecidos de lo que jamás pensé… Les gusta conversar, les gusta bailar, les gusta ayudar, les gusta criticar, les gusta vivir, les gusta viajar, les gusta el café, les gusta encontrar un hostal agradable, les gusta caminar por los parques, les gusta opinar y tienen diferentes opiniones. Es que tal vez vivimos en distintos países, pero habitamos el mismo planeta.


Estas son las montañas en forma de mujer durmiente.

Esta es la foto que nos tomamos con Ohad en la cima de la montaña. Uno de los israelíes que conocí me preguntó ¿Por qué clavan cruces en la cumbre de todas las montañas?, también me preguntó, ¿Por qué construyen casas sobre columnas de madera?, también me preguntó, ¿Por qué las personas ancianas cargan cosas más pesadas que las personas jóvenes?
Es que somos distintos en la forma, pero en lo fundamental somos iguales. El también es muy curioso.


Aquí mientras íbamos bajando, por cierto, yo siempre soy el más viejo en todos los grupos, casi toda la gente tiene entre 23 y 25 años, lo bueno es que casi todos parecen mayores que yo.

Aquí después de una noche de baile en Vilcabamba, ¡¡Es que los viejitos también bailan!!

Esta foto es tal vez la que más me gusta de las que nos tomamos...
Aquí estamos de izquierda a derecha: Nadav, Eyal y Orna. Bueno y yo.
Pero ésta foto la tomamos en otro paseo al que me invitaron al día siguiente, una gran proeza después de la pregunta imprudente del día anterior.

Y caí en la trampa...


Salí del parque y tomé el bus que me llevaría a Vilcabamba, un pueblo famoso por la longevidad de sus gentes. Seis días después aún me pregunto si es que el tiempo allí pasa muy lento, o si tal vez es que la gente vive más despacio.
Vilcabamba podría ser igual a cualquier otro pueblo, con su iglesia, su parque, sus bancas, sus tiendas y sus niños. Pero es necesario estar allí para sentir como se te olvida que hay un amanecer y un mañana, es como si de inmediato comprendieras que el tiempo es falso, y se te pasan las horas como si fueran mentiras, y puedes irte a dormir y levantarte al día siguiente, y volver a dormir y volver a despertarte, y todo está igual.
Creo que el único que ha muerto de viejo en Vilcabamba es el tiempo.
Estando allí, encerrado una noche en mi habitación, tomé un pequeño espejo de marco azul aguamarina que compré por 25 centavos y me quedé contemplando a un sujeto extraño que me reclamaba el paradero de un hombre de 26 años de peinado pulcro y piel de bebé, un individuo que se levantaba temprano a perder el tiempo y planchar sus camisas, una persona que se decía llamar ejecutivo y que lustraba sus zapatos, un mortal que conducía un automóvil y cambiaba su tiempo por dinero.
Eso pasa en Vilcabamba. Y no le mentí al sujeto del espejo cuando le conté que no sabía a dónde se había ido, tampoco le mentí cuando le dije que ya no me importaba su lugar de residencia. Lo tranquilicé diciéndole que tal vez sólo se había quedado durmiendo en algún rincón de mi persona, pero después volví a decirle la verdad, que tal vez había muerto para siempre. Sé que ya no soy el mismo, y que tal vez lo que ahora soy también muera mañana, y alguien más en el espejo volverá a preguntar donde abandoné mi último disfraz, pero no importa, porque allí estaré para darle alguna explicación.

25 agosto, 2006

Regalo en el Podocarpus

¿Dónde comienza ésta historia?, donde nacen los impulsos. Esos guiados por la emoción, los que alimenta la repentina necesidad de romper la monotonía. Esta historia dio sus primeros pasos en el Centro Comercial Hiper Valle de la ciudad de Loja.
Era de noche y había salido a caminar sin rumbo, fotografiando castillos, memorizando gente. Y después de mucho andar siguiendo las indicaciones de almas extraviadas encontré: Un Supermercado.
Dejé mi morral a la entrada, como es costumbre en todos los mercados del Ecuador, donde cambias tus pertenencias por una ficha de papel, y fui al segundo piso donde a esa hora sólo respiraba un asesor comercial con ganas de irse a descansar. Fue entonces cuando todo se unió: un sleeping de 19 dólares con 50 y un recuerdo de la reserva natural Podocarpus, un parque aparecido en mi guía turística unas horas antes mientras almorzaba, un lugar que me invitaban a conocer pasando la noche en alguna de las cabañas incluidas en los 10 dólares que pagas a la entrada.
Salí a la mañana siguiente muy temprano, empaqué mis pertenencias regadas por la habitación como si las hubiera abandonado alguien que pensaba quedarse más días y partí. Llevaba alimentos para un día, energías para caminar los 8 kilómetros desde la carretera principal hasta el refugio y un sleeping amarillo colgando de una de las tirantas de mi morral.
Caminé al principio con alegría, luego deleitándome con el hermoso paisaje, luego disfrutando de la soledad y el silencio, luego con mucha desesperación porque a cada kilómetro recorrido mis hombros me recordaban que estaba en el Tour de la Langosta, donde llevas liviano el equipaje, no en el Tour del Podocarpus donde tu maleta pesa un kilo más a cada paso. Cuando ya el cansancio me hacía perder las esperanzas volvió a nacer el arco iris y me acordé del día en que perdido con Koji en una carretera, también lo vimos como señal de buen presagio. Y el arco iris no mentía, ahora ya sé que el arco iris nunca miente.
Después de caminar por dos horas y media apareció un joven ecuatoriano de nombre Jaime, que me cobró 10 dólares la entrada, me invitó a que bajara a charlar más tarde y me presentó luego a Don Washo, quien me ofreció algunas de las cabañas, casi todas vacías, en donde podría instalarme.
Las casitas de madera donde te puedes quedar en el Podocarpus son de colores por fuera y de humedad por dentro, de las que vi, sólo una tenía colchones y parecía que alguien había pasado noches enteras llorando sobre ellos. Pero se trataba de la aventura, del parque, de la naturaleza, de la soledad y de lo repentino, entonces puse mi equipaje en el suelo y desempaqué mi sleeping para descubrir que se trataba de uno apropiado para tierra cálida, nunca para el frío abrasador del páramo.
Me senté a la entrada, recordé la invitación de Jaime a charlar y bajé otra vez al refugio.

Ahí fue cuando todo pasó.
Recibí el regalo más grande que cualquiera podría recibir en ese lugar. Una ofrenda que el arco iris había anunciado horas antes.

En medio de un clima que te enfría todo sentimiento, apareció un grupo de estudiantes que a pesar de estar congelados me ofrecieron todo el calor de su amistad. Primero me invitaron a hablar de mi, luego me compartieron de su almuerzo y luego pude saber un poco más de ellos. Allí estaban Jaime, Nobita, Pepe, Pablo, Olguita, Carito, Vanessa y otros que no se acercaron tanto pero que eran igual de amables, Viviana, Bayron, lobo, el negro y el gato. Y por supuesto, Don Washo.
Esa tarde no paré de reírme con sus historias y de sentirme afortunado de estar allí.
Me sumaron a su grupo como si me conocieran de años, luego me equiparon con botas pantaneras y un impermeable, y me acompañaron a hacer un recorrido de una hora al mirador. Al finalizar el día, cuando me iba a dormir a mi cabaña, me invitaron a cenar. Luego como si no me bastara tanta generosidad, desarmaron su habitación para abrirme un espacio entre ellos, en mi corazón ya habían abierto un gran espacio para meterlos a todos, con esa alma ecuatoriana, esa que se me ha mostrado grande y solidaria.
Esa noche me enseñaron a jugar cartas y yo lo único que podía compartir era un poco de cereal que había traído conmigo, y que jamás podría compensar ese momento de cercanía que ellos me ofrecían. En lugar de estar congelándome en una cabaña inundada de frío y soledad, yo estaba allí, jugando “El Burro Cuencano” (un juego de cartas que me enseñaron), riendo con sus chistes y sintiéndome parte de ellos.
A la mañana siguiente me invitaron a desayunar, a almorzar y a comer, yo me sentía un poco mal porque a pesar de que en el viaje siempre he recibido mucho, jamás esperé encontrar en el Podocarpus algo parecido. Afortunadamente pude esa mañana ayudarle a Jaime a pintar algunos avisos que colocaríamos al día siguiente en otro recorrido más largo (Y digo al día siguiente porque me insistieron en que me quedara un día más y los acompañara a un recorrido de 4 km que harían por el páramo).
En la tarde jugamos un partido de fútbol en el que fui el arquero, luego me quedé conversando con Olguita de poderes mentales y de sueños. Y en la noche, se fue la luz que se recoge en paneles solares por lo que nos vimos obligados a dormir temprano iluminados por una vela. Pasé la noche otra vez en medio de ellos, para amanecer calientito y contento en mi spleeping a la mañana siguiente.
Salimos ese día a las 9:30 y regresamos a las 2 de la tarde. En el recorrido íbamos midiendo los kilómetros con una soga para calcular la distancia y clavar los avisos, íbamos congelados y yo preguntándome qué había hecho para merecer de regalo un paisaje lleno de niebla, riachuelos, huellas de osos de anteojos, pájaros anaranjados, caminos de cuento y además la oportunidad de poder compartir todo esto con gente que ahora quería.
Regresamos y me invitaron a almorzar, para luego empacar mi maleta y despedirme de todos, con un nudo en la garganta al que ya tendré que acostumbrarme. Salieron a decirme adiós y estoy seguro que aunque el viaje es largo, conmigo cargo los apuntes chistosos y admiración de Jaimito, la buena voluntad y disposición de servicio de Novita, la seriedad con que Pablo oculta su buen corazón, la risa graciosa de Pepe, los ojos de Carito y la única y especial energía de Olguita. Estoy seguro de que el universo tiene algo muy bueno reservado para todos ellos que me brindaron tanto cuando parecía haber tan poco. Estoy seguro de que el pueblo ecuatoriano se puede enorgullecer de ese espíritu noble que carga en sus corazones y que hoy ha compartido conmigo.

Si leen esto… MIJOS, ¡Mil gracias!, de verdad.


Este era el camino de subida...


Este fué el arco iris del buen presagio, en la parte de arriba de la foto se puede ver la carretera desde la que inicié el recorrido.

Esta era la cabaña en la que nunca dormí.


Aquí están Novita, Jaime, Pepe y Pablo cuando desarmaron su habitación para tender los colchones en el suelo y darme cabida.

Aquí estamos en la cocina, cuando me invitaron a cenar la primera noche.

Fotos Podocarpus No.1

Aquí estamos en el mirador luego de clavar todos los avisos, a mi izquierda está Novita y a su izquierda Don Washo. El de rojo es el Gato y el del gorro blanco es Lobo.

Una foto en el bosque húmedo.

Aquí están: con el pasamontañas Novita, con la gorra Pablo, y atrás Jaime.

Aquí estamos el primer día: De amarillo Carito, de pasamontañas Novita, sin gorro Jaime y de trás Pablo.
Aquí está Jaime pintando los avisos, tenía un dedo golpeado y por eso no podía trabajar.

Fotos Podocarpus No.2

El paisaje, cuando la niebla se escondió.

Aquí posando en la cima... donde me gusta estar.


En ésta foto se puede ver la inmensidad de la montaña que habíamos subido. Arriba está la niebla y en el medio tres personas de amarillo, azul y rojo, que me recuerdan que las banderas de Ecuador y Colombia son iguales.


Este es uno de los paisajes del recorrido el último día.

Este es el final, cuando caminé los 8 kilómetros de regreso y terminé feliz, sentado al borde de la carretera esperando un bus que me llevara a Vilcabamba, o Vilcatrampa como le dicen algunos.

19 agosto, 2006

Despedida, ceniza y un poco más de ceniza.

Desperté la mañana del jueves y empaqué mi maleta cuidando de dejar por fuera una carta de despedida para mi amigo Koji y un leve malestar por la separación luego de 45 días en que estuvimos juntos compartiendo trabajo, historias de miedo, aviones de papel y huevos de mariposa.

En la carta le decía que me sentía muy afortunado por haber contado con un maestro de tanta experiencia en el arte de viajar. En los días que compartimos, Koji se encargó de prepararme para el camino.

Koji me enseñó a capturar un poco de la belleza del mundo, a dominar el miedo de montarme en un bus sin destino, a ubicar lugares plagados de sonrisas, a descubrir gente interesante, a elegir el mejor lugar para dormir y a no esperar nada de ningún lugar.

Abandoné a mi amigo y me subí en el bus cargando en mi morral la esperanza de volverlo a ver muy pronto. Antes de salir del pueblo la pareja de alemanes se subió y me contó de la explosión del volcán, una situación que cambiaba mis planes por completo.

Yo iba a Riobamba para hacer un tour en un tren que pasaba por la Nariz del Diablo, un lugar con precipicios del que mucha gente me había hablado. Sin embargo ahora mis planes cambiaban ante la imposibilidad de llegar pues la lava había destruido la carretera que comunicaba al oriente con el centro del país.
Tenía que ir hasta Quito y de allí tomar otro bus de regreso.
Podría ser mala suerte tener que hacer un viaje tan largo para llegar a mi destino, pero en realidad era una gran suerte ya no estar en Baños de Agua Santa pues allí la gente había quedado atrapada entre la ceniza y sus montañas.

Decidí ir hasta Quito hacia donde también se dirigían Nadine y Michael. Antes de llegar al Terminal encendí mi radio portátil y escuché las noticias, pero la situación era más grave de lo que pensaba, Riobamba también estaba cubierto por las cenizas a causa de la explosión del volcán Tungurahua, una emisión que era 10 veces más fuerte de la registrada hacía 3 semanas.

Desde 1.918 la montaña no se había enfurecido tanto.

Decidí quedarme en Quito esa noche. En el Terminal tomamos un taxi compartido y cuando llegamos al hostal nos informaron que sólo había una habitación con 4 camas. Si deseábamos quedarnos tendríamos que dormir bajo el mismo techo.
De inmediato le dije a la pareja de alemanes que aceptaran la habitación y que yo buscaría otro lugar, a lo que ellos respondieron que no veían problema en que nos quedáramos juntos. Me sorprendí porque en realidad no nos conocíamos mucho, y también, porque luego de organizarnos me invitaron a comer. Allí tuvimos más tiempo para conversar. Me enteré que yo era 3 años mayor que ellos, que no les gustaba el estilo de vida cerrado y conformista de Alemania, y que habían aprendido a valorar lo que tenían mientras veían la pobreza de algunos lugares de Suramérica. Eran grandes personas.

A la mañana siguiente me despedí, pero antes de salir quisieron que anotara sus correos para que pudiera contarles como me iba en el camino.
Llegué al Terminal donde tomé un bus a Riobamba, no sin preguntar si la situación era normal, pero la respuesta fue siempre positiva, aparentemente las vías ya estaban abiertas.

Después de casi dos horas de camino el paisaje cambió. Los hermosos tonos verdes y la variedad de plantas de la que tanto había hablado en el blog estaba ahora sepultados bajo capas de ceniza. Todo era gris, todo era triste.
Para cuando llegué a Riobamba ya no se trataba de capas de ceniza, ahora eran montañas.

La gente había armado barricadas de palos y piedras para no permitir que los vehículos pasaran por las calles levantando la ceniza que enrojecería los ojos de sus hijos y contaminaría sus hogares. En una ocasión estuvieron a punto de lanzarle piedras al bus que trataba de evadir sus primitivos controles y el conductor tuvo que bajar a mediar para poder continuar intactos. Finalmente el bus ya no anduvo más y nos tocó bajarnos para caminar hacia el Terminal.

Unos minutos después de bajar una niña pasó vendiendo tapabocas, compré uno por 25 centavos y seguí caminando. Mientras avanzaba, cientos de personas en las aceras trataban casi infructuosamente de barrer, levantaban nubes que alimentaban la oscuridad del cielo y cuando aún me faltaban unas cuadras para llegar, encontré un oasis en el desierto: Un local abierto y empolvado de Yogurt Persa. (Una tienda de pan de yucas y yogurt que frecuentábamos en Guayaquil).
Cuando entré la mujer que atendía me sonrío y me dijo que se acordaba de mí, que yo siempre iba a Guayaquil y pedía yogurt sin azúcar. Otra vez el universo me recordaba que le gusta dar vueltas. En medio de esa confusión había alguien que me conocía.

Almorcé y luego esperé tres horas para abandonar Riobamba con dirección a Cuenca. Cualquier cosa era mejor que permanecer en el desastre sin poder hacer nada para remediarlo. Ojala que un día todo lo que está hoy cubierto por cenizas vuelva a brillar así como brillaban las caras de los niños refugiados del volcán el día que hicimos pingüinos de plastilina.

Hoy estoy en Cuenca, pero eso ya hará parte de otra historia.

Paisaje de Ceniza



Montañas de Ceniza

Pequeña barricada.

Camino al Terminal.

Fotos de Ceniza

Bon Ice de Ceniza


Nubes Grises

Un poco más de ceniza...

Jumanji

El día que abandonábamos Baños de Agua Santa, justo antes de salir del hotel, el dueño nos preguntó hacia donde íbamos y le contamos que íbamos a Puyo. Hizo mala cara y mientras sacaba un álbum de fotos dijo que Puyo no era bonito, que deberíamos ir a un pueblo que quedaba un poco mas lejos, se llamaba Misahuallí. Nos mostró algunas imágenes y sin pensarlo demasiado nos encaminamos hacia éste pueblo situado en la boca de la selva oriental ecuatoriana, justo antes de la selva amazónica.

Recorrimos 2 horas en carretera de asfalto y otras 2 en una carretera pavimentada con tierra, colores y piedras.
En el camino subió al bus una pareja de turistas alemanes, yo los vi y ellos me vieron, pero en ese momento sentí pena de saludar. Luego el tiempo se encargaría de recordarme que siempre hay que ser amable con toda la gente, porque a veces conocemos personas que creemos, no tienen nada en común con nosotros, y aunque juramos que no hacen parte de nuestro planeta, luego aparecen para recordarnos que hacemos parte de la unidad, de un equilibrio en el que todos nos servimos de todos. Ahí estaban ellos sentados y yo mudo, pero en unas cuantas horas me acompañarían en un tour por la selva, y en unos cuantos días me tenderían su mano en una de esas extrañas vueltas con que Dios condimenta nuestra vida.

Al fin, llegamos a Misahuallí.

Encontramos un buen hotel y luego de instalarme salí por una de las 4 cuadras que componen el pueblo y fue entonces cuando me alegré profundamente por la decisión de ir a ese lugar, había monitos regados por todo el parque central. Tomando Coca-Cola, robando frutas, jugando en las bancas, burlándose de la vida.

Aunque me gusta visitar los zoológicos para conocer animales, creo que prefiero verlos así, cuando en sus ojos no están reflejados los barrotes. La gente del lugar parece vivir un infierno evitando por todos los medios que estos lejanos antepasados hurten lo poco que tienen, pero es divertido ver como pelean las personas con los monos y como juegan los monos con los perros.

Ese día, antes de caer la noche, buscamos un tour por la selva.
Necesitábamos al menos de otras 2 personas para obtener un buen precio y fue entonces cuando apareció la pareja de alemanes y se unió al tour. Unos minutos después una pareja de holandeses llegó para completar un grupo de 6 personas y con ello obtuvimos un buen precio para un recorrido en lancha por el río Napo, una caminata de 5 horas en la selva y una entrada al albergue de protección de animales.

El viaje se organizó para el día siguiente y nos citamos antes de las 8 am para alcanzar a cumplir con el itinerario. Partimos muy temprano no sin antes calzarnos unas botas de caucho incluidas en el tour. El fuerte olor que quedaría en nuestros pies al finalizar el día era completamente gratis.

En el camino cayó una fuerte lluvia que el guía solucionó cortando grandes hojas de plátano que nos servían de sombrillas, luego el clima estuvo a nuestro favor y nos permitió hacer una caminata tranquila fotografiando mariposas, flores y árboles centenarios, siempre con el pesar de no poder capturar el olor de la selva virgen, el canto de las alas de las aves, el arrullo de las gotas de lluvia y la danza de las hormigas Conga.
Antes de regresar hicimos una parada donde se albergan animales que captura la policía en el tráfico de animales. En éste seudo-zoológico conviven voluntarios extranjeros dedicados a la curación, alimentación y cuidado de los animales, es tan agradable el ambiente que se vive, que por varios momentos desee quedarme allí para ayudarles.
Mientras más avanza el viaje me hago más consciente de lo mal que tratamos a nuestro mundo, y la gran abundancia que el se empeña en ofrecernos.

Llegamos nuevamente a Misahullí al caer la tarde, compartimos una comida entre nuevos amigos y luego nos despedimos aparentemente para siempre.

En la madrugada erupcionó el volcán Tungurahua para cambiar mi ruta y la vida de miles de personas en las inmediaciones de Baños de Agua Santa, el lugar donde habíamos estado dos días antes, y Riobamba, el lugar al que iría la mañana siguiente.


Jumanji

Un monito del albergue de animales.


Un monito tomando Coca-Cola. Es un poco triste, pero también un poco divertido.

Aquí sentados en la banca... ¿Y cuál es el mono?

Fotos de la Selva en Misahuallí

Junto con el desayuno también te sirven un rociador de agua para que espantes a los monitos que llegan a robarte.



Paisaje en la Selva...


Atardecer al finalizar el tour.

Aquí está el grupo expedicionario.