11 noviembre, 2006

Volando

Me subí a la avioneta y a mi lado se acomodó una maleta y un sujeto alto al que las rodillas le pegaban contra el espaldar de la silla de adelante. Eramos 5 adultos y un bebé. Ya no cabía otra alma en la pequeña aeronave. Yo estaba con susto.

Esperé durante seis horas al bus que debía recogerme a la media noche en Rurrenabaque y finalmente a las 6 de la mañana me avisaron que el bus había llegado. Salí con mi mochila, la ropa del día anterior y el sueño atrasado. Me subí al bus y comenzamos a andar. Al medio día nos bajamos para almorzar y cuando iba a subir de nuevo, me enteré que el conductor planeaba dejarnos allí esperando mientras iba hasta otro pueblo a cuatro horas de allí donde un bus se había varado dejando a 20 personas en medio de la nada sin comida y sin bebida.

Nos rehusamos a ser abandonados en el restaurante, también en medio de la nada, y nos subimos al bus dispuestos a no dejar ir al conductor. No le quedó más remedio que encender el motor y seguir la ruta.

Cuatro horas después encontramos un camino que alguna vez fue de tierra y ahora era de agua. Nos vimos obligados a bajarnos del bus que ya estaba perpendicular a la vía. El conductor aceleraba y mientras más lo hacía la cola del bus se iba de lado y terminaba atravesado en la carretera. Comenzamos a caminar mientras el conductor y su ayudante se las veían para sacar el vehículo de una pista de barro jabonoso y sucio que parecía tragarse cuanta cosa pasara sobre ella, incluyendo nuestros tenis por supuesto.




Anduvimos sólo un poco y el bus nos alcanzó, subimos y treinta minutos después estábamos nuevamente en tierra con nuestros zapatos de plataforma resbalosa. La transmisión se había dañado y ya iba a oscurecer. Tocaba esperar.



A las siete de la noche, luego de 2 horas a merced de los mosquitos selváticos y hambrientos pudimos continuar el camino. Llegamos a eso de las 10 de la noche a un pueblo llamado San Ignacio de los Moxos y allí decidí pasar la noche. El bus partió sin mí hacia Trinidad a las siete de la mañana del día siguiente.
No me preocupó mucho pues había oído que la carretera posiblemente estaba cerrada por el invierno y nada haría si salía de nuevo en el bus patinador y me quedaba otra vez atascado en la selva, al menos allí tenía comida y un poco de ganas de ocio. En la mañana recorrí en cinco minutos el pueblo con cuatro esquinas y comencé a averiguar por la forma para salir de allí. La respuesta era volar pues según las transportadoras el bus de la mañana se lo había ingerido la selva. No saldrían más buses.

Me subí en la avioneta con los pelos de punta y asombrado pude ver que ese pequeño pedazo de fibra de vidrio con motor se remontó por los aires tan fácil como vuela un mosquito. Desde la ventana pude ver los buses atascados en el camino y agradecí estar allá arriba, un poco más cerca del cielo, muy lejos del desorden.
Llegué a Trinidad y allí tomé un bus toda la noche a Sta Cruz, pero eso ya es otra historia.



Quieres ver un video del bus derrapando?

Haz clic a continuación:

http://www.youtube.com/watch?v=8xYh1DUPVxQ

2 comentarios:

MoniCat dijo...

Pero Andri, ese momento no era para decir"que chimba"..sino Que Emabarrada!!

Anónimo dijo...

Eso es lo que se llama una verdadera EMBARRADA