24 junio, 2006

De regreso al zoológico





El zoológico de Quito tiene más animales de piedra que reales, sin embargo pude hacer algunos amigos que coloqué en las fotos. (Para los que estaban interesados en el casting de niñas les recomiendo la niña morenita que está posando con una sonrisa tierna, por cierto, es vegetariana).

Llegar al zoológico no es tan fácil como en otras ciudades. Se debe tomar un bus que prácticamente toma la ruta de regreso hacia Tulcan y toparse nuevamente con montañas y abismos. Después se debe pagar a un servicio de camionetas para que te lleven hasta las puertas del Zoo.

Como lo dije arriba, me desilusionó un poco no encontrar muchos animales, aunque no puedo negar que me emocionó ver a la tortuga de las islas galápagos y a un jaguar que se acercaba muchísimo a la maya y rugía como si quisiera lucirse frente a la cámara, de resto creo que aunque las instalaciones son buenas no se puede encontrar gran variedad de animales.

La salida fué mas emocionante. Después de llegar a la carretera principal de Guayabamba (Pueblo donde está el Zoológico), vi el bus que creí que debía tomar y me subí sin leer lo que decía en la parte de adelante. El bus comenzó a andar y noté que tomaba un rumbo distinto al que esperaba, pensé que se alejaba de Quito, entonces pregunté muy asustado al asistente del conductor cual era la siguiente parada a lo me contestó que era en el peaje. El bus anduvo mas o menos 20 minutos más y yo estaba angustiado de ver como me alejaba de mi destino.

Cuando llegamos al peaje me bajé corriendo y atravesé la carretera que parecía estar en medio de la nada, entonces pregunté a alguien qué bus podía tomar para regresar a Quito.
Me respondieron que podía tomar un bus que iba en el mismo sentido del bus del me había bajado. En realidad, sí iba en sentido correcto.
Subí a otro bus que me llevó a mi destino y mientras andaba, me pregunté cúantas veces uno cree que por sentirse perdido, cree también que está andando en sentido contrario a su objetivo. Tal vez no esté mal sentirse perdido, lo que está mal es bajarse del bus creyendo que no se está avanzando.

El Alma de Bob Esponja






Después de hacer un recorrido fotográfico que buscaba documentar la vida de Bob Esponja en el Centro Histórico de Quito, decidí que los ecuatorianos se parecen mucho a éste personaje que me gusta y que algunos han tildado incluso de gay.
Independientemente de lo que se crea, estoy seguro de que es cierto, al igual que Bob Esponja, los quiteños son buena gente, ingenuos, inocentes, amables y con una manera de hablar muy chistosa.
De regalo, les adhiero aquí las fotos para que vean que mi amigo de los pantalones cuadrados no sólo está presente en la gente, también está en todos los rincones y de distintas formas.

Caminando




El Centro Histórico de Quito es maravilloso, puedes caminar y extraviarte entre calles angostas y andenes que desaparecen dejándote de un momento a otro sobre la vía de los buses o a la merced de cantantes que alegan haber sido plagiados por otros más famosos.
Hay iglesias en cada esquina y entre las casas coloniales encuentras tiendas donde te pueden vender desde piñatas hasta hierbas y saumerios.

Algo muy grato es que puedes andar sin sentirte inseguro, hay gente en todos lados y nunca sientes que alguien se te acerque con malas intenciones o para pedirte dinero, eso no quiere decir que no veas todo el tiempo caras tristes.

Después de haber visitado un centro comercial suntuoso como "El Jardín" y ver que los quiteños se han esmerado por contruir un espacio elegante con un buen trabajo de diseño y exhibición en las vitrinas, te encuentras en lugares como el centro, donde notas carencias en la gente y en las plegarias de las ancianas que se arrodillan en las bancas de los viejos templos que huelen a rancio y humedad, es entonces cuando insisto en que no debería haber fornteras porque en cierta forma los países que alguna vez formamos la Gran Colombia somos idénticos.

Luego me fuí para el Zoológico, pero eso hace parte de la siguiente entrada del Blog.

23 junio, 2006

La Langosta en Quito.

En la mañana del miércoles me desperté y salí corriendo del hotel para tomar el bus que me llevaba a Ipiales, en el bus conocí a una niña morenita que vende banderas en Quito, como el trancón era tan grande para llegar a la frontera, nos bajamos del bus y caminamos hasta allí, donde nos despedimos no sin que antes me hiciera las advertencias necesarias para cruzar sin problemas. Me advirtió del cuidado que tenía que tener con los cambistas, el policía que colocaba los sellos y los retenes de camino a Quito. Cuando ya no la vi más, recordé que no le había preguntado el nombre.

No me imaginaba como podía ser una frontera entre los dos países y aún me pregunto porqué existe.
Cuando me disponía a cruzar me choqué con un policía que me vació la maleta buscando droga, como si toda la droga que pasa a Ecuador la pasara uno en la maleta, se quedó muy curioso con una pequeña linterna que me regaló mi papá y me preguntó cuánto costaba pero no se la quise regalar.

Ya al otro lado tomé una pequeña y vieja buseta morada que me llevó al terminal de Tulcán donde almorcé “Corrientazo Ecuatoriano” y luego fui en bus hasta Quito.

No pensé que el paisaje fuera a cambiar tanto de Colombia a Ecuador en una distancia tan corta. A pesar de que la cadena montañosa es similar, en el lado ecuatoriano hay mas planicies que son aprovechadas para la siembra. Los verdes cultivos de caña de azúcar en la base contrastan con las laderas áridas de la montaña, y en las partes más desérticas hay unos pequeños árboles secos que asemejan grandes arañas trepando hacia la cima.
En el bus me encontré con Wilinton, un caucano moreno y grande, padre de una niña de 6 meses que iba hacia Quito en busca de una ONG de nombre NUR que le prometió llevárselo a Suecia así como lo hizo con una amiga suya años atrás. El fue mi compañía en 6 horas que duró el trayecto. Mi guía turística fue un anciano sentado en la silla de atrás, con el ojo izquierdo azul y el otro café, y que me iba indicando el nombre de los lagos y las montañas más importantes.

Llegué a las 7 y media a Quito.
Hoy Viernes el día está soleado.

21 junio, 2006

El Tour de la Langosta se acerca a la Frontera







Hoy llegué a Pasto luego de 19 horas de viaje en bus, el trayecto es mucho menos aburrido o difícil de lo que algunas personas piensan, en realidad las ventanas de los buses no están tan empañadas y lejanas como las de los aviones. (Cuando encuentre una sala de Internet con un computador con puerto USB subiré las fotos que tomé en el camino).

La carretera hasta aquí, por el valle del Patía me pareció increíble, es como sumergirse en la montaña para luego volver a sacar la cabeza y respirar, mientras notas como la gente comienza a hablar diferente. Enterrado en la ciudad a uno se le olvida que Colombia es mucho más que eso que vemos todos los días en medio de la prisa y la tensión.

Hoy cuando eran las 2 de la tarde y ya había pasado Popayán, pensé en que en un día normal en la oficina apenas estaría regresando de almorzar de mi apartamento a sólo 20 cuadras de distancia, y en cambio hoy, a la misma hora, ya había recorrido cerca de 500 kilómetros lejos de donde creo que es mi hogar, pero es que tal vez se me ha olvidado que nuestro hogar es el mundo.

Envío un saludo muy especial a mi familia y a todos los que siguen el Tour de la Langosta, mañana cruzaré la frontera antes del medio día.