11 septiembre, 2006

Tal vez sólo sea una historia...

Salimos muy temprano, éramos más de trece y entre todos sumábamos más de siete nacionalidades. Como interesante la cosa, porque entre tantas diferencias siempre podemos construir problemas, regalarnos soluciones, cargarnos las cargas y mirarnos escurrir las lágrimas. Veníamos de Israel, Colombia, Francia, Holanda, Inglaterra, España, y Australia.

Y el idioma común: El inglés, que vivan los gringos si es que ellos son los responsables de que haya una lengua común. No importa, que de hablar desde el corazón nos encargamos nosotros.

Quedamos en que “Salimos muy temprano”. Y entonces iniciamos la caminata, al principio muy enérgicos y bromistas, al final ya la sonrisa se nos había congelado con el frío que impulsaba la caída de la noche. Los primeros pasos los habíamos acompañado con agua y fotos divertidas, luego llegó el sol traicionero, atrajo los insectos y espantó todas las nubes. Es el sol de los más de 3.500 metros. Ese mismo que acompañó a Pizarro mientras ordenaba la muerte de Atahualpa.

El primer campamento lo alcanzamos hacia las 5 de la tarde, fuimos llegando graneaditos, porque en el camino solo cabemos de a uno, y porque así también es la selección natural.
En unos minutos el sol traicionero se ocultó, porque los traicioneros siempre se esconden luego del crimen, y entonces nos quedamos congelándonos con un frío espantoso. Pero estábamos contentos, aprendiendo nuestros nombres, organizando nuestra carpa, bebiendo té de coca y esperando la noche. Pero esa noche me enfermé.
Llevaba algunos días estreñido y al fin esa noche mi cuerpo hizo de las suyas.

Es entonces cuando regreso a escribir que el cuento éste del arco iris no es cuento, y que todos tenemos nuestros angelitos que acuden antes de que los necesitemos. Estoy sentado en la carpa comedor y me comienzan unos retorcijones de esos que te ponen la piel de gallina y te hacen sonrojar, entonces me tocó al fin salirme. Pero Orna, la niña de Israel, la que había conocido en Vilcabamba y a la que le había enseñado canciones infantiles en español, se dió cuenta.

Estaba tratando de entrar a oscuras a mi carpa, se me acercó y me preguntó si me sentía bien.
Entonces le conté la historia (con pobre inglés) y ella me entregó un rollo de papel, su linterna de cabeza (de esas que usan los mineros) y me convenció de tomar una pastilla para la fiebre.
Fue como un ángel porque lo cierto es que la letrina que hace de baño es un hueco en el que tienes que tener las manos libres para poder tenerte de las paredes, y ¿Cómo hace uno para tenerse de las paredes de una letrina, sostener una linterna y limpiarse? Ni modos, necesitaba una linterna de cabeza.
Esa noche fué una noche de perros, pero me sentía super contento de haber recibido la ayuda de Orna (que se pronuncia Ogna porque se pronuncia en hebreo). Ella no se fué a dormir hasta que me dejó super empacado en el sleeping, con un saco térmico adicional y una bufanda en el cuello.

Al día siguiente partimos como a las diez porque la marcha no era larga.
Yo estaba un poco débil pero Orna y su amigo, que también es mi amigo, Nadav, no se separaron de mí y no pararon de preguntarme si me sentía mejor (Que grandes amigos son los israelitas, entre ellos son compactos como el hielo pero dejan grietas para que cualquier otro pueda adherirse).

Con el efecto de la pastilla mágica ya no tenía que ir al “baño”, pero iba caminando lento como un chancho. El paisaje se fue poniendo más bonito y las montañas y los lagos fueron apareciendo en una pintura de azules y verdes. Llegamos de últimos al campamento pero durante el camino yo tuve tiempo de recuperarme y de compartir con ellos algunos ositos de gomita y muchas historias. Esa noche el enfermo fué mi compañero de carpa, el holandés gigante, Sebastian, eran 2 metros y 100 kilos de enfermedad. Y era muy gracioso porque yo a su lado parecía como David junto a Goliat. Bueno, el caso es que se enfermó, y esa noche no paró de tiritar. Pobre. Es muy buena gente.

Llegó la mañana y fue increíble encontrar hielo ligero y escarchado sobre las carpas, y ver la luz del sol penetrar en la niebla de las montañas blancas. Fue un bonito despertar, a 4.200 metros de altura, fríos pero muy contentos. Es un aire que te duele respirar por la nariz, entonces respiras por la boca, pero no la puedes abrir mucho porque entonces se te meten adentro los mocos que se te escurren de la nariz, ¡Guácala!, que aquí también dicen ¡Guácala! (Pero no se cómo decir Guácala en inglés).

Ese día sí salimos temprano, porque era el día más fuerte. Caminaríamos por más de 7 horas, que al final terminaron siendo 10 y cruzaríamos por el punto más alto a más de 4.700 metros.
Iniciamos pero ahora era el turno de Orna para la enfermedad, y a ella sí le dió con todo porque lo cierto es que caminaba 20 pasos y tenía que sentarse. Estaba mareada y parecía imposible que pudiera avanzar. Nos rezagamos Nadav, Orna y yo. El guía era un peruanito buena gente y paciente, pero un poco pervertido como varios de los hombres peruanos que he conocido hasta el momento, no paran de hacer comentarios desagradables sobre las mujeres, y como nadie habla español entonces les importa poco.

El caso es que el guía se llamaba Edwin.
Edwin se dió cuenta de que Orna no aguantaba y les tocó descargar un caballo y repartirse las maletas entre los arrieros y los cocineros. Y Orna tuvo que subir sobre el caballo sin silla y aferrarse a su crin para no matarse mientras el animal trepaba sobre rocas y acantilados. Duro. Pero llegó bien a la cumbre. Nosotros con Nadav seguimos subiendo lento pero constante y nos turnábamos la maleta de Orna. Teníamos como 2 horas de retraso.

Mientras subíamos la montaña, la nieve se acercó y los lagos volvieron a aparecer. Entonces todo valía la pena, porque todo vale la pena, o si no, no ocurriría.

En el descenso el guía prometió un recorrido de dos horas. Pero en realidad fueron cuatro.

No sé todavía cuál es esa extraña costumbre o falencia mental en el cálculo del tiempo que tienen los suramericanos. Preguntas una distancia. Si dicen que es 500 metros es por que es más de 1 kilómetro. Y si dicen que son 10 minutos es una hora, y si dicen que son 2 horas es porque no vas a llegar hoy. Pues la historia es que casi no llegamos de día. Pero antes de que se oscureciera se apareció Edwin con 2 caballos de rescate y como una de las niñas de Israel no quiso montar pues yo contento ocupé su puesto. Y vi el atardecer montado en un caballo sobre una planicie de pantanos. Muy chévere. Esa noche, unos minutos después de organizar mis cosas, la luna salió por la montaña y parecía un amanecer. Pero no era el nacimiento de un nuevo día, era el nacimiento de una nueva noche.

Dormí como un becerro, soñé además que mi hermana Mónica tenía un bebé, y cuando uno sueña con bebés significa el nacimiento de nuevas ideas o planes.

Despertamos ese último día y sentía nostalgia. Porque mientras dejamos huellas en el camino, el camino se convierte en un lazo que te ata. Habían sido sólo 3 noches pero parecían 6 noches, habían sido 72 horas pero parecían trescientas. ¿Será por eso que los suramericanos no tienen noción del tiempo? Quiero mucho a ese grupo de gente.

En las mañanas siempre se criticaba el pan duro y congelado con el que podías secar cualquier laguna lanzando sólo unos trozos al agua. Y en las noches había chistes, música, baile y muchas risas. Era como una amabilidad constante de todos. Mentira. Mentira. Mentira. Había un francés que se creía distinto y no se acercaba mucho. Pero allá él.

Salimos a las 8 de la mañana y yo sentía que tenía el alma viva, es como cuando sabes que regresarás a casa y te espera la comida caliente y alguien que se interesa en que le cuentes tus hazañas del día.
De camino fueron saliendo cientos de niños peruanitos a pedir dulces. Yo, como no salgo de viaje sin dulces, y como había estado enfermo, tenía mi maleta cargada de Sparkies, gomitas, chocolates y galletas. Entonces comprendí que el universo me había dado la enfermedad para poder guardar los dulces.

Es increíble la carita de esos niños, me fascina. Me fascina ver sus manitas negritas apretando pepitas de colores sin dejar de sonreír. Luego se acabaron los dulces, y entonces por esa sensibilidad que trae la luna llena me dieron ganas de llorar, porque ellos no están pidiendo dinero, sólo están pidiendo un caramelo. Pero bueno, tal vez solo sean sensibilidades. Tal vez sólo sea esa pobreza que te genera tantas dudas sobre la dirección de tu vida. Tal vez sólo sea esa sensación de que no hay nada que puedas hacer.

Seguimos caminando y como se acabaron los dulces, también se acabaron los niños. Caminamos hasta las 12 de la tarde subiendo una de las más empinadas cuestas que habíamos caminado y llegamos al bus, el tour había terminado.

Este fué el viaje, creo que fué importante para mi, pero tal vez sólo sea una historia.







Aquí estoy, (de izquierda a derecha) con Nadav, Orna y Gali.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es la historia de la vida amigo mio.... que relato tan hermoso, lloré, le escribí a Nico, reí, prendí un incienso en medio del relato.... que bellas tus palabras y como lo reunes todo en lo que eres, el sueño, los niños, las metas, los amigos, la hermandad, lo duro de la vida .... en fin.