23 octubre, 2006

La Paz

El centro de La Paz a primera vista es un cuadro representativo de su antónimo. Calles angostas albergan cientos de vendedores ambulantes que nunca podrían caber en los estrechos andenes. Peatones que sobreviven a los carros que pasan en doble vía, al hambre y a una comunidad acostumbrada a paralizarse cada vez que algo no le gusta a alguien.
Caminando por empinados pasajes de adoquín y piedra, un ranita verde con llantas pasa por nuestro lado y nos recuerda que estamos en la capital del país más pobre de Suramérica, un país donde aún hay un largo camino por recorrer, para nosotros y para toda la gente que aquí vive.
La Paz es la sede del gobierno y por ello se ha convertido también en el albergue de los inconformes. De cinco días en La Paz, tres días el centro estuvo paralizado.
El primer día, porque los conductores de buses se oponían al cierre de algunas calles que debían clausurarse temporalmente por pavimentación, el segundo día por la muerte de 16 mineros en Potosí y el tercer día, porque el día de la raza se conmemora con marchas indígenas y discursos populistas del presidente comunista.
La fuerza pública no alcanzaría nunca para contrarrestar las masas de protestantes así como el conocimiento de Evo Morales no bastaría para sacar a éste país adelante.
En las calles, pequeños grupos de policías asustados se estacionan en algunas esquinas para mirar impávidos las turbas caminantes que gritan y hacen estallar voladores, individuos que no parecen tener mucho que hacer, pero que tienen mucho que pedir.
La buena noticia es que no se necesita tanta fuerza pública pues las protestas casi nunca pasan de algunas groserías y estallidos, la buena noticia es que casi nunca vez un niño pidiendo dinero en las calles.
Se podría sentir un poco de miedo entre este ambiente húmedo y oscuro, entre esa aparente agresividad y escasez, pero sin abrir mucho los ojos puedes notar que esta gente es ingenua y honesta, pacífica y amable.
En La Paz no hay centros comerciales, lo supe porque cuando pregunté, nadie sabía de lo que yo estaba hablando, en La Paz no hay mucha paz, pero hay gente que vive del rebusque, que me devuelve el cambio cada vez que en mi frecuente despiste pago más de la cuenta, que sonríe y comparte, que conserva sus valores.
En total sólo estuve cinco días en La Paz y debo decir que una primera vista no basta, la paz no es tan fácil de alcanzar, pero tampoco imposible de conseguir.


Desde El Alto, esto se parece más a la paz.


Cuando hay tantas protestas es un peligro que los hombres trabajen.


La avenida Prado paralizada por las marchas. En un día soleado es una bendición porque puedes caminar sin tener que apretarte en los andenes. Es casi como una ciclovía bogotana entresemana.


Diagonal a la casa de gobierno.


Al fondo el jefe cabeza rapada camina por una calle que están adoquinando. Creo que los hombres no quieren trabajar, porque en su mayoría eran mujeres las que estaban hechando pico y pala.

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