10 julio, 2009

Benny, me escuchas?


De alguna manera y mientras crecía había sentido que no era correcto que los oscuros sirvientes comieran en el suelo, sentados en el escalón de la entrada o en el patio, que no pudieran compartir los mismos espacios “públicos”, o vivir en el mismo barrio. Percibía desde entonces el secreto de la igualdad intuitivamente y contra todas las disparidades que se consideraban normales.

Creo que aún con vergüenza, me confesó que la discriminación racial era la regla general del lugar donde creció y por eso la aceptaba, pero cuando le llegó el día de ver a las morenas bailando con los lechosos ingleses en Londres confirmó que las diferencias no estaban en el color de piel, sino en el color de los pensamientos y alimentó su deseo de dejar Suráfrica, ese país del que casi siempre renegaba, donde le tocó nacer y al que no quiso volver.

Benny eligió una mujer que compartiera sus sueños y se casó con Sadie, una muchacha dispuesta a seguirlo hasta el fin del mundo y con la que hizo las maletas para mudarse a la más o menos recién fundada tierra de Abraham. Equipado con una cámara de video en una época en la que no era un artefacto común y a sabiendas de que algún día ésta máquina del tiempo no sólo traería el pasado al presente, sino que sería la excusa perfecta para reunir a sus nietos en casa, Benny viajó filmándolo todo y desde entonces no paró de documentar la vida de su familia, una familia que crecería en Israel y en la que nacería la mujer de la que yo me enamoraría.

Benny es el abuelo de Morán, y fue mi oportunidad de sentir nuevamente lo que es tener un abuelo. En muchas cosas idéntico, en muchas tan distinto a mi abuelito Alfonso, Benny siempre tenía una historia que contar y un apunte gracioso que agregar, unidos por la ausencia del idioma pues nunca pudo aprender hebreo, me sentaba siempre cerca de él en las reuniones familiares para conversar y preguntarle cosas del pasado y de su forma de pensar.

Con la aparición de Benny nació para mí la oportunidad de reparar mis faltas y pude dedicarle a él el tiempo que tal vez le negué a mi abuelito. Viajaba casi todos los fines de semana a su casa para arreglarle su computadora, enseñarle a manejar un DVD grabador o tomar la foto de algún cuadro al que quería hacerle una réplica en lentejuelas. Él lo supo agradecer y así me lo dijo la última vez que lo vi agonizando en la cama de su hospital. Ese día me dio la bienvenida a su familia, me dio la oportunidad de decirle cuanto cariño le tomé y lo que representaba para mí. Él, con su eterna humildad me dijo que no creía haber sido capaz de reemplazar a mi abuelo y repitiendo innumerables veces su agradecimiento se fue sumiendo en el letargo que le producía la morfina.

Hoy Benny ya se fue a otro lugar. Moran dice que es muy rara esa sensación de ya no poder hablar nunca con una persona a la que quieres, y yo estoy de acuerdo. Sin embargo estoy seguro que Benny y mi abuelito ya deben ser buenos amigos, en ese lugar donde no importa que Benny hable inglés y mi abuelito español porque a los dos les fascinaba viajar, y seguro están juntos en éste viaje del que nadie sabe nada.

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Buscando siempre algo que hacer, Benny construyó innumerables réplicas en madera de la torre Eifel, la Torre del Reloj, la catedral de San Pablo y el palacio de Buckingham entre otros, se pasaba el tiempo construyendo servilleteros, cuadros de lentejuelas con mil colores y atendiendo a su esposa. Obsesionado con la actividad, sin el mínimo de deseo de tener tiempo que perder, Benny ha dejado una galería que se puede admirar en un pequeño lugar en Internet que le construí antes de conocerlo y en el que están su obras más importantes: http://www.geocities.com/fretworkband/