24 octubre, 2008

Paseando en los territorios de Conflicto


Paisaje de Belén
Siempre quise conocer el conflicto por mis propios medios, estaba cansado de que las noticias y la gente me lo narraran lleno de juicios y vicios.
La primera experiencia fue ir a Belén, o como se dice aquí, Bethlehem. Sí, la tierra donde nació el niño Jesús, donde estaba el pesebre, ese que construimos todas las navidades bajo el arbolito en el rincón de la casa donde se hace chichi el perro. (Por cierto Belén es un verraco desierto y no sé por qué ponemos siempre un papel verde simulando pasto y que hace mugre, mucho menos animales, si acaso camellos).

Iglesia de la Natividad (Donde nació Jesús)
Al interior de la Iglesia
Me subí en el micro bus y a mi juicio todos los pasajeros que me acompañaban eran palestinos (ya casi no me gusta decir árabes). Anduvimos hasta el primer retén donde todos tuvieron que mostrar unas libretas de forro azul o verde y yo alisté mi pasaporte pero me sentí un poco mal de ver que los soldados israelíes ni me notaron, decidieron que no era musulmán con sólo mirarme. Después de tres minutos quedaron dos puestos libres de los dos muchachos que retuvieron. No sé si se trataba de los mismos dos jóvenes que mencionarían tres días después en las noticias, anunciando que habían sido capturado dos sospechosos terroristas cerca a Bethlehem.

Herodium


Herodium


El bus me llevó hasta el centro y el conductor del micro me conectó con Nasri, un taxista con inglés regular que me llevó a la iglesia de la natividad (donde nació el niño Jesús pero en esa época no había iglesia) y al Herodium, un lugar que sirvió de monumento para Herodes y luego de refugio para cuanto ejército invadió la zona durante cientos de años. Todo el recorrido duró unas tres horas en las que Nasri además de ser mi guía turístico gratuito me contó que tenía tres hijos, el menor de tan sólo un año. Cuando le pregunté si vivía feliz en esa villa y si tenía todos los servicios públicos me contó que los tenían todos pero que el agua sólo una vez por semana pues “los israelíes” cortaban el servicio el resto de los días. En su voz no sentí rabia, sentí la voz de quien ha aceptado su realidad. La única agresividad que sentí fue en el aviso a la salida de Bethlehem que prohíbe claramente el paso a cualquier judío. Complicada esta cosa de ser judío, complicada esta cosa de ser musulmán.
Este es Nasri

El día siguiente partí hacia Ramala para ver el mausoleo de Yasser Arafat.Los muros de 8 metros de concreto que separan a esta ciudad de Jerusalén, me hicieron pensar en lo realmente divididos que están el pueblo judío y el musulmán. Aunque cruzamos el punto de control sin siquiera parar, las enormes paredes están allí para que la gente no salga, a nadie le importa si entras.

Calle de Ramala


Al llegar tuve que preguntar muchas veces para poder encontrar el objeto de mi visita y me asombró ver que muchos palestinos hablan inglés, que a pesar de la aparente pobreza no hay niños pidiendo dinero en las calles, que todo cuesta la mitad de lo que vale en Ra’anana o Tel Aviv.En comparación a las ciudades judías, Ramala se siente desorganizada y un poco sucia, lo mismo ocurre en cualquier asentamiento musulmán donde pareciera que no les preocupa mucho donde ponen la basura. Esto ha dado pie para que la gente que vive al otro lado del muro diga que “los árabes son sucios”.


Llegué a la Muqataa (Cuartel General de la Autoridad Palestina) y al lado del mesón que protegía los restos de Arafat había dos soldados palestinos que se apostaban rígidos cada vez que alguien se acercaba. Muy diferente de lo que imaginé parece que a Yasser no lo venera nadie, o por lo menos los palestinos no lo demuestran con flores, de pronto es que a la gente que quiso hacer la paz no se le venera tanto como a los que hicieron la guerra. De pronto para la gente es suficiente con la mezquita y la torre de 30 metros que construyeron en su honor y que en las noches emite un rayo de luz hacia Jerusalén, la ciudad a donde nunca pudo volver.
Abandoné Ramala sin perder de mi memoria a las mujeres con su cabeza cubierta, y cada vez encuentro más encanto en el hecho de que las mujeres religiosas, tanto musulmanas como judías se cubran el cuerpo para dejar trabajar la imaginación del hombre, para dejar su rostro como la única muestra de su belleza exterior.



Frontera con Nablus

Contarle a un israelí judío que fui a Nablus es casi un pecado, por no decir, un crimen.Llegué a esta ciudad luego de cambiar dos veces de bus y pasé la frontera sin ningún problema confirmando que a nadie le importa quién entre a los territorios prohibidos, lo complicado es salir.Recorrí por casi una hora el centro de la ciudad y el ambiente hosco que dan los carteles con las fotografías de los palestinos que se han inmolado, sumados a los que tienen las fotos del soldado israelí secuestrado hace dos años, Guilad Shalit, exhibido como un trofeo, me hicieron desistir de permanecer más tiempo. No pude evitar pensar en todos los secuestrados que tenemos en Colombia y me dolió el estómago viendo como en Nablus se elogia el secuestro y se lo usa para alimentar el odio.


Calle de Nablus

Me dirigí a la frontera de regreso y la salida era definitivamente otra historia. Se agolpaban para salir unas cincuenta personas y me asusté al pensar que tendría que esperar a que los requisaran a todos, sobre todo tratándose de las mujeres que con tantas ropas encima les lleva horas pasar.
Pregunté a un joven de la fila si creía que yo también tenía que pasar por el mismo puesto de control y me contó muy amablemente que si tenía un pasaporte, podría pasar por la misma ruta de los carros evitándome todas las requisas.
Con el pasaporte en la mano y el corazón en el cuello le grité desde lejos a una soldado morena que me esperaba al final del camino. Ella, me hizo señas de que me acercara y con sus dientes perfectos me acribillo de preguntas antes de dejarme pasar. En cinco minutos hice lo que a cualquier palestino le tomaría dos horas, sólo por tener un pasaporte y una cara colombiana.


Calle de Nablus
Al día siguiente me aventuré a Jericó, la ciudad más vieja del mundo. Esta vez los puntos de control fueron casi nulos y llegamos después de aprender unas cuantas palabras en árabe y con las que fui deslumbrando a cuanto palestino se cruzó por mi camino. Pareciera que el mérito de decir hola (Mar Jabá) o gracias (Shukran) fuera suficiente para caerle bien a todo el mundo.

De camino al templo de San Jorge, alojado en una grieta profunda a diez minutos de Jericó, me encontré primero a Muhammad quien me pidió que le ayudara a cargar unas naranjas hasta el lugar donde luego me prepararía un jugo gratis y me pondría un atuendo árabe típico. Luego encontré a Ali, un joven que lleva y trae burros con personas al lomo y quien al ver que sabía algunas palabras en árabe se interesó en enseñarme más y establecimos una relajada conversación. Me impresionó que mientras íbamos avanzando, alguien que hacía su mismo trabajo pasó y me dijo en voz alta que le diera algo de dinero al muchacho. Ali se molestó mucho y dijo avergonzarse de los árabes que sólo piensan en dinero y hacer negocio. Después de un rato y de enseñarle a decir “Gracias” en español lo dejé en ese cañón montado en su burro.



Regresé de mi viaje y no tengo aún una idea clara del conflicto, tampoco creo que algún día la pueda tener. Sólo sé que en todos los lugares hay personas, que siento tristeza de pensar que cualquiera de los que conocí pueda morir en medio de esta guerra y no es una tristeza mayor o menor si se trata de Muhammad, Ali o Nasri, de cualquiera de los soldados israelíes que vi rostizándose bajo el sol mientras hacen su trabajo, sonriendo a la gente que pasa amablemente, no de mala manera como lo muestran en las películas y documentales del conflicto. Monasterio de la Tentación (Tal vez en el reino de Dios somos iguales, en este monasterio los rumanos ortodoxos tienen prioridad de entrar, lástima).






Aquí con un buen amigo Japonés que encontré, su nombre: Akira.