08 abril, 2013

Cecilia


Ya se hace un poco tarde para cerrar el 2012, pero mejor cerrarlo ahora y no dejarlo abierto para siempre, no porque haya sido un mal año, pero es que el 2012 me recuerda esa mala película con Hugh Grant que se llama “Cuatro Bodas y un Funeral”, que en nuestro caso se podría llamar “Tres funerales y un Matrimonio”, lo repito, no es que el 2012 haya sido malo, lo que quiero decir es que éste capítulo, como toda película, debe tener un final…

Mi abuelita Cecilia me decía padre. Padre quiere un café con leche? ¡Ay padre póngase un saco! ¡Padre vaya con cuidado! ¡Ay padre y cuándo es que vas a venir? No recuerdo haberla visto brava conmigo ni una sola vez, ni siquiera cuando en una ocasión le rompí ese caro florero de cristal de murano, tampoco cuando con Mónica y Maria Cecilia nos perdimos tarde una noche en el barrio La Soledad. Y no creo que fuera por ser su nieto preferido, al fin y al cabo el nieto preferido no era yo, era Alvaro Ernesto. A mí me decía “padre”, pero a él le decía “papi”.

No voy a olvidar su voz, su entonación, su emoción contando alguna historia, su amor y devoción por todos nosotros, su alegría y su infinito optimismo, diciendo siempre “¡es que yo sí soy muy de buenas!”, pero lo cierto es que la buena suerte la hemos tenido todos los que la conocimos.

Abuelita Cecilia, te has ido sin que supieras que en mis noches de insomnio pienso en tu voz para quedarme dormido, que me hubiera gustado escuchar una vez más “con pelos y señales” la historia de ese día en que llegaste por primera vez a Bogotá “de punta en blanco” a la sucia estación del ferrocarril, desentonando en el centro de “la capital” con esa elegancia y esa clase que conservaste hasta el último de tus días.

Te has ido y con tu partida me duele darme cuenta que ya no me quedan más abuelos, que las memorias que no alcanzamos a guardar de nuestros ancestros ya están perdidas para siempre, que no estuve allí para acompañarte en tus últimos suspiros, mientras que tú sí estuviste allí para escuchar los primeros míos.

Un día nos vamos a encontrar otra vez.  A las 5 de la tarde me preguntarás si me tomo un café con leche, que luego me llevarás mientras veo al Chavo del Ocho, y escucharé a mi abuelito preguntar quién le abrió huecos a la mantequilla, a lo que le responderás: ¡Ay Alfonso no moleste!