09 agosto, 2011

Para Elisa.


Y esperé a que llegara hoy para contarte la historia. Hoy que ya han pasado los meses y extrañarte tanto me hace soñar casi todas las noches contigo, que te llevo de la mano por las calles de Japón y te enseño palabras en español que aprendes de inmediato, y caminas a pesar de tener sólo 7 meses, y tu eres el motivo de que estemos otra vez reunidos.

Tu abuelo y yo dormimos en un apartamento que arrendó tu papá para que estuviéramos cómodos, y ha sido una bendición porque a tu abuelito le da sueño temprano, y no nos acompaña en la jornada de cine que hacemos con tu abuela y tu tía todas las noches. Siempre llego de madrugada con el frío del invierno incrustado en la ropa y lo encuentro roncando ruidosamente, haciéndole coro a la música de meditación que pone en su computador cada noche.

En las mañanas tu abuelo se despierta antes que yo, revisa su correo y vuelve a dormirse, al final nos levantamos y arreglamos al mismo tiempo para salir y comprar el desayuno. No hay un día en que no nos alarmemos con el precio del pan, la leche o los tomates, hablamos de las diferencias que hay entre los lugares donde vivimos, e imaginamos como podría ser nuestra vida en Japón.

En el apartamento todo está oscuro y en silencio. Al abrir la puerta se siente como si estalláramos esa burbuja en que te escondemos de ese espantoso frío, y el sonido al cerrarla se siente en todas las paredes de ese lugar plástico pero muy acogedor.

Tu papá sale corriendo para el trabajo (seguro no lo dejaste dormir y por eso se levantó tarde) y nosotros preparamos el desayuno, cuando ya es en realidad casi la hora del almuerzo. Como siempre, se nos queman las tostadas en ese horno a gas que no lo puede graduar nadie.

Luego alguno sale a comprar lo del almuerzo y sin importar que cosa traiga, o como lo prepare tu mamá, siempre sabe delicioso. Salmón con huevitos rosados y transparentes que ponemos sobre un plato de arroz fresco y que se estallan en nuestros dientes dándole sal y sabor a cada bocado. Ovento del restaurante de la esquina, algun pez desconocido que le llamó la atención a tu abuelito, siempre curioso y deseoso de probarlo todo, sin importar su nombre, su color o su olor, o una pasta especial con mariscos acompañada de una salsa (también de huevos de pescado) que está lista en 5 minutos.

Cada día tratamos de organizarnos para ver quién sale y quién se queda, es difícil decidir porque por un lado nos morimos de ganas de ir a muchos lugares, y por el otro no queremos dejarte, al final siempre terminamos haciendo grupos que casi siempre resultan en que salgo yo con tu abuelito o tu tía chiqui con tu abuelita. Aunque tu papá también se ha quedado contigo para que los cinco nos demos el lujo de pasear juntos y hacer una ronda en un kaiten sushi.

Hay lugares a los que vamos con frecuencia, el almacen de H&M en el que siempre hay promociones, Harayuku, Akihabara, la tienda latina (donde compramos por error unas empanadas en 3.000 yenes), y por supuesto, el centro de Shinyuku, al que tu abuelito siempre llama Shinjuko, y nos hace morir de la risa. Luego tu abuelita nos regaña diciendo que nos estamos burlando, pero no es burla, es que reir es inevitable.

A veces nos visita tu abuelita Mihoko y nos trae frutas muy frescas en cajas muy adornadas y que tratamos de guardar para tu mamá, que no tiene oportunidad como nosotros de comer frutas, sobre todo las tropicales. Nos gustaría poder hablar mejor con ella, y nos ayudamos con Google Translate para decirle cosas que muchas veces se pierden en ese teléfono roto de nuestros idiomas.

Cuando llega la noche, que en esta época cae tan temprano, nos sentamos todos en el sofá rojo donde tu abuelita y tu tía duermen en la noche, jugamos Wii, leemos libros, vemos películas y seguimos meciéndote, escuchándote llorar, viendo a tu mama llenarte de cuidados sin desfallecer.

Luego llega tu papa, compartimos una cerveza y el día se termina tranquilo, así como comenzó, rezando porque el tiempo pase lento, porque nos permita estirar estos momentos al máximo, hasta que nos toque volver. A ellos a Colombia y a mi a Israel, donde todo es exactamente el lado opuesto del país en que naciste, ese país que también se aparece ahora en mis sueños, porque añoro volver, porque me parece un lugar del mundo que es perfecto, y no canso de preguntarme porque tanta gente allá se quita la vida, en un sitio donde todo es amabilidad, limpieza, servicio, orden, sonrisas y respeto a la vida.