21 noviembre, 2009

En qué estación está mi lengua?


Nuevamente compré un producto Light lleno de aspartame por no saber leer. El otro día fue medio litro de helado que además era “Parbe”, que quiere decir que no contiene leche y se puede comer después de haber ingerido carne, para aquellos que comen kosher o que quieren hacer una sana digestión, con una molesta textura grasosa en la garganta.

Esta vez, como en las veces anteriores, estaba escrito claramente y en letras grandes que el producto era dietético, pero lo compré para luego descubrir que también escogí el sabor equivocado por limitarme a la foto de la etiqueta. En resumen, los arándanos se ven como las ciruelas en bikini y si voy con la intención de leer lo que dice en cada rótulo tardo una eternidad en comprar lo que necesitamos para la semana, mi lectura en hebreo es tan fluida como el helado parbe y parezco un niño analfabeta que usa los colores y los personajes ilustrados de los empaques para identificar las cosas que ya ha comprado antes. Es el lenguaje que aún me causa problemas y cuando lo mezclo con mi ausencia de atención y un poco de afán, preparo horribles desastres, como la vez que leí de afán “Naharya” en un tren que en realidad decía “Natanya” y llegué una hora tarde al trabajo.

Hace una semana salí tarde del trabajo en Haifa y tuve que correr los 400 metros que me separan de la estación. Entré agitado y noté que mi tren parecía estar en una plataforma distinta a la de siempre por lo que pregunté a un empleado dónde estaba el tren a Tel Aviv y respondió que en la número dos señalándome el que estaba estacionado en la plataforma de al frente.

Crucé el túnel que me separaba de mi destino y apenas salí encontré la puerta de un vagón abierta por lo que subí sin pensarlo, entrando de inmediato al baño pues en la huida de la oficina no había alcanzado a desocupar mi vejiga.

Estaba todavía en medio del ejercicio urinario cuando sentí que el tren se comenzaba a mover en la dirección opuesta y empecé a recodar lo estúpido que puedo ser algunas veces. Traté de calmarme pensando que lo peor que podría ocurrir sería tener que viajar una estación más en dirección norte para luego coger el tren que debería haber tomado en dirección sur, pero abrí la puerta del baño y me encontré un tren completamente vacío. Estaba absolutamente sólo en un vehículo que a esa hora puede llevar setecientas personas.

Caminé hacia la dirección en que se movía el tren con la esperanza de hallar a alguien que seguramente estaría al mando del aparato y después de moverme por seis vagones sin encontrar un alma, vi la espalda de un sujeto que se asustó apenas sintió la presencia de alguien y se volvió hacia mi preguntándome a gritos qué hacía yo metido en ese tren. Le expliqué que alguien me había indicado subir a él y sin acabar de escuchar mi historia comenzó a regañar a un sujeto que de la nada apareció a su lado y era el encargado de revisar que en el vehículo no quedara nadie.

El tren se dirigía al estacionamiento y se quedaría parqueado por una hora hasta que llegara el momento de salir para Tel Aviv, por supuesto, yo me tuve que quedar con él, pintando en los carteles publicitarios adheridos a las ventanas, y que por cierto, tampoco entiendo.

En qué estación está mi lengua,
cuánto cuesta el tiquete para aprender,
qué caminos hay que recorrer para al bajarme,
estar seguro de que ya me hice entender.

Mientras tanto sigo estudiando hebreo en el tren,
aunque al mismo tiempo un soldado sin querer,
me apunta con su arma en la sien.

Ay! que poesía tan barata...

20 septiembre, 2009

Año Nuevo en Israel - ראש השנה בישראל


El año nuevo en Israel se celebra en una fecha diferente a la que se celebra en gran parte del planeta, teniendo en cuenta el calendario judío y variando cada año de acuerdo a su correspondencia con el calendario occidental. Casi siempre coincide con el mes de septiembre u octubre.

Tuve la fortuna de ser invitado a recorrer la Ciudad de David la noche anterior a la celebración. Un lugar que se cree sirvió de cuna al reino del Rey David y el Rey Salomón, y de donde se han recobrado recientemente túneles y cavernas milenarias (de al menos 3.000 años de antigüedad) y en los últimos meses sellos con las firmas de grandes profetas.

Acompañados por una guía israelí, que como buen augurio para el nuevo año, se encontraba en avanzado estado de embarazo, recorrimos durante 1 hora y acompañados de la música que incluí en la edición del video, las escaleras y pasadizos de este lugar del que, como muchos otros en Jerusalén, no se puede asegurar quién los ha construido o quién vivió en ellos, pero la imaginación y el deseo de que la historia que cuentan sea cierta, le imprimen la magia necesaria para disfrutar la experiencia.

Mientras caminamos, nos detuvimos varias veces para que nuestra guía leyera apartes de la biblia en los que debo resaltar uno en el que ella, después de terminar de leer, comparó a la religión cristiana, donde los santos se exhiben como seres especiales, libres de pecados y en completo estado de pureza, con el judaísmo donde los profetas y guías del antiguo testamento, como el Rey David, son presentados con sus defectos humanos, mucho más cercanos y fáciles de seguir para nosotros los mortales. Esta parte me llamó mucho la atención pues nunca había caído en cuenta de esa glorificación a la perfección que se resalta siempre en los santos de la iglesia católica, y mucho menos había tenido en cuenta la humanidad de los profetas judíos, que además se comparten con la religión católica.

Fuimos para terminar al muro de los lamentos o Kotel, donde cientos de judíos y además muchos turistas como yo, nos reunimos, unos para pedir perdón por los pecados, otros para observar y absorber la energía de ese sitio con sus oraciones, gritos y lágrimas.

Al día siguiente nos reunimos en la casa de la madre de Morán donde toda la familia lamentó la ausencia del abuelo Benny, que estoy seguro nos acompañó desde la dimensión donde se encuentre, y nos dimos la oportunidad unos a otros de compartir lo que nos pasó de bueno en el año, y yo, hinchando el pecho de orgullo me atreví a decir mis palabras en hebreo, con algunas equivocaciones, por supuesto, pero fluido y sin vacilaciones (por cierto, el orgullo o soberbia es uno de los pecados capitales de la religión católica, pero me sigo sintiendo orgulloso porque bastantes horas de estudio me han costado esas palabras). Con Morán elaboramos pequeñas figuras de Fimo (un material parecido a la plastilina pero que se endurece en el horno) tratando de simular a cada uno de los miembros de la familia y los colocamos sobre los platos donde cada uno debía sentarse, este simple detalle causó una gran sensación pues para todos fue muy divertido descubrir cómo lo vemos y qué elemento distintivo elegimos para caracterizarlo.

Luego nos reunimos para comer, comenzando por la repartición del pan y del vino que se da en orden, primero el vino, donde todos los hombres, desde el más mayor hasta el menor toman un sorbo de la misma copa y luego se sigue con las mujeres también en el orden de edad (nunca dejo de imaginarme como sería si estuviera allí con mi familia, estoy seguro que haríamos algún chiste por lo que implica revelar nuestras edades y ordenes de vejez, sobre todo el de las mujeres).
En cuanto al pan, el hombre mayor de la familia lo parte con la mano y nos entrega a cada uno un pedazo no sin antes haber derramado un poco de sal en cada trozo (lo siento pero no sé que significa la sal).

Después de comer, (no voy a entrar en detalles porque son las 5 de la tarde y no he almorzado), nos reunimos para jugar un poco de mímica y luego despedirnos cargados de energía para el nuevo año judío.

18 agosto, 2009

Cuentos y Realidades

Tragedia en la Estación

Bajo del tren y subo en las escaleras eléctricas para contemplar desde arriba el espectáculo, casi nunca me voy decepcionado, siempre hay algún protagonista de turno, el anónimo que perderá el tren por llegar 1 segundo después de que se ha cerrado la puerta.

Siento un poco de lástima por él o por ella, pero no puedo evitar el morbo y mirar sus gestos de decepcion o frustración, no puedo parar de imaginar qué estará pensando.
Si hubiera atravesado la calle mientras el semáforo peatonal estaba en rojo y no venían carros, si no me hubiera devuelto para despedirme de mi novia al salir, si hubiera mascado un poco más rápido ese pesado cereal que como con yogurt de ciruelas, si no se me hubiera soltado el zapato, si el vigilante no me hubiera hecho devolver al sonar el detector de metales, si el mendigo violinista no hubiera puesto el estuche de su instrumento estorbando mi camino.

Ahora estoy aquí corriendo hacia las puertas del tren pero veo cómo se cierran ente mis ojos y no hay nada que pueda hacer, la luz de la puerta que indica que aún se puede abrir ya se ha apagado, el tren sigue allí, se queda varios segundos quieto haciendo fieros, y me dice aquí estoy, para todos los que llegaron un segundo más temprano que tu pero no para ti, que te detuviste a mirar a esa linda morena de ojos claros, ahora tienes que pagar quedándote aquí, ahogado en la humedad de este verano y su estación sin aire acondicionado.


Es cruel, es una obra triste que he visto decenas de veces. Gente golpeando enfurecida los vagones, se agarran la cabeza y se les aguan los ojos, maldicen en voz alta y baja, preguntan a los de alrededor cuándo pasará el siguiente tren, persiguen el tren en movimiento como si esa mole que lleva mil personas se pudiera detener por una sola. Me siento identificado con su dolor, pero su dolor también me entretiene, pero es sólo porque el protagonista he sido yo decenas de veces y otros se han divertido viendo la película de acción desde que paso el puesto de control y corro 300 metros para llegar al tren que no me llevará, que me dejará sentado en la plataforma y queriendo regresar el tiempo.


El Oso


Siempre veo al oso de camino a mi casa. Va apurado y si se detiene con el semáforo sigue andando en su sitio, resoplando o creo que bufando. Se le hinchan las fosas de su nariz casi tan extensas como sus fauces y siento sus pasos agresivos desde lejos. Lo advierto a gran distancia, no por su enorme figura, pero por la manera como noto que la gente se aparta de él.


Lo rodea un aura, pero es sólo la sombra de sus pelos crespos, tupidos y blancos que se mantienen quietos a pesar del viento que arrojan los buses que pasan a su lado, de buena fe quiero pensar que si es su aura pero es sólo esa capa de fibras crespas, enredadas y espesas que lo cubren casi por completo.


Viene vestido con la misma pantaloneta de todos los días y además de sus zapatos creo que es la única prenda que lleva. No creo conveniente contar como prenda la cerrada manta que cobija su cuerpo y que muestra orgulloso mientras pasa de prisa ante la mirada impávida de los transeúntes que sin duda se asustan al verlo por primera vez, o que como yo, lo ven todos los días y no dejan de asustarse.


Cuando he salido tarde de la oficina no lo veo en el camino, pero lo encuentro tendido en el jardín frontal del exclusivo restaurante Marabú. No hay muchos céspedes tan verdes y bien cuidados como el del Marabú y creo que hasta lo riegan todas las noches contra la ley que prohíbe hacerlo más de dos veces por semana, pero eso no viene al caso, el asunto es que el oso se tiende en éste espléndido césped de siete a ocho y media de la noche a recibir la luz de la luna y de los rascacielos circundantes.

Paso y lo miro de reojo, con disimulo, ya le he visto las uñas y estoy seguro de que podría desgarrarme de un solo zarpazo si notara que le sigo la pista, que me intriga saber dónde está su madriguera, cómo soporta el verano un animal como él, aunque tal vez no sea un oso pardo, mucho menos un pequeño oso de anteojos, es más un oso polar que se pasea por Ramat Gan al caer el sol y yendo un poco más lejos, tal vez es uno de esos pobres osos polares que han quedado sin hogar por el calentamiento global, tal vez el pasto del Marabú se siente como la nieve y por ello todos los días lo visita, para recordar cómo se siente su textura mientras se fuma un cigarrillo.



La Pandilla


En la mañana nunca es posible ver a la pandilla, las nueve de la mañana es una hora muy temprana para el grupo que atemoriza los alrededores del puerto de Haifa y por eso paso por la calle que conduce a mi trabajo con el alivio de saber que no estarán allí, con la esperanza de que no saldré tarde esa noche y tendré que evadirlos al salir de la oficina.


La policía ya está alertada pero ninguno de los miembros de la banda está sólo y se cuidan uno a otro para no ser descubiertos o asaltados por alguna rata callejera, que las hay de su mismo tamaño, igual de feroces y ágiles, pero a horas aún más oscuras.


Ya los he contado varias veces al pasar junto al basurero y si no estoy mal son 7, dos de ellos, los más corpulentos, están tuertos y cuando los miro al rostro intento sentir compasión pero me tiemblan los huesos cuando siento que me observan al mismo tiempo, cómo si complementaran su visión y se unieran para ser uno sólo más sagaz y peligroso, serían 8 garras, en lugar de 4, mucho peor que la experiencia en esa recurrente pesadilla en la que el gato se aferra a mis piernas con las uñas completamente enterradas a mi carne mientras lloro de dolor y trato infructuosamente de desprenderlo. Si un día me animo, de pronto pase por allí y le deje a la pandilla una lata de atún, de pronto así me hago su amigo, de pronto así paran las pesadillas.

10 julio, 2009

Benny, me escuchas?


De alguna manera y mientras crecía había sentido que no era correcto que los oscuros sirvientes comieran en el suelo, sentados en el escalón de la entrada o en el patio, que no pudieran compartir los mismos espacios “públicos”, o vivir en el mismo barrio. Percibía desde entonces el secreto de la igualdad intuitivamente y contra todas las disparidades que se consideraban normales.

Creo que aún con vergüenza, me confesó que la discriminación racial era la regla general del lugar donde creció y por eso la aceptaba, pero cuando le llegó el día de ver a las morenas bailando con los lechosos ingleses en Londres confirmó que las diferencias no estaban en el color de piel, sino en el color de los pensamientos y alimentó su deseo de dejar Suráfrica, ese país del que casi siempre renegaba, donde le tocó nacer y al que no quiso volver.

Benny eligió una mujer que compartiera sus sueños y se casó con Sadie, una muchacha dispuesta a seguirlo hasta el fin del mundo y con la que hizo las maletas para mudarse a la más o menos recién fundada tierra de Abraham. Equipado con una cámara de video en una época en la que no era un artefacto común y a sabiendas de que algún día ésta máquina del tiempo no sólo traería el pasado al presente, sino que sería la excusa perfecta para reunir a sus nietos en casa, Benny viajó filmándolo todo y desde entonces no paró de documentar la vida de su familia, una familia que crecería en Israel y en la que nacería la mujer de la que yo me enamoraría.

Benny es el abuelo de Morán, y fue mi oportunidad de sentir nuevamente lo que es tener un abuelo. En muchas cosas idéntico, en muchas tan distinto a mi abuelito Alfonso, Benny siempre tenía una historia que contar y un apunte gracioso que agregar, unidos por la ausencia del idioma pues nunca pudo aprender hebreo, me sentaba siempre cerca de él en las reuniones familiares para conversar y preguntarle cosas del pasado y de su forma de pensar.

Con la aparición de Benny nació para mí la oportunidad de reparar mis faltas y pude dedicarle a él el tiempo que tal vez le negué a mi abuelito. Viajaba casi todos los fines de semana a su casa para arreglarle su computadora, enseñarle a manejar un DVD grabador o tomar la foto de algún cuadro al que quería hacerle una réplica en lentejuelas. Él lo supo agradecer y así me lo dijo la última vez que lo vi agonizando en la cama de su hospital. Ese día me dio la bienvenida a su familia, me dio la oportunidad de decirle cuanto cariño le tomé y lo que representaba para mí. Él, con su eterna humildad me dijo que no creía haber sido capaz de reemplazar a mi abuelo y repitiendo innumerables veces su agradecimiento se fue sumiendo en el letargo que le producía la morfina.

Hoy Benny ya se fue a otro lugar. Moran dice que es muy rara esa sensación de ya no poder hablar nunca con una persona a la que quieres, y yo estoy de acuerdo. Sin embargo estoy seguro que Benny y mi abuelito ya deben ser buenos amigos, en ese lugar donde no importa que Benny hable inglés y mi abuelito español porque a los dos les fascinaba viajar, y seguro están juntos en éste viaje del que nadie sabe nada.

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Buscando siempre algo que hacer, Benny construyó innumerables réplicas en madera de la torre Eifel, la Torre del Reloj, la catedral de San Pablo y el palacio de Buckingham entre otros, se pasaba el tiempo construyendo servilleteros, cuadros de lentejuelas con mil colores y atendiendo a su esposa. Obsesionado con la actividad, sin el mínimo de deseo de tener tiempo que perder, Benny ha dejado una galería que se puede admirar en un pequeño lugar en Internet que le construí antes de conocerlo y en el que están su obras más importantes: http://www.geocities.com/fretworkband/


09 junio, 2009

Aventuras Cotidianas


Edificios tapizados de cristales han reemplazado los campos florecidos que acompañaban mi camino al trabajo. Hace tan sólo unos días salía en la bicicleta plegable para pedalear durante siete kilómetros hasta la estación del tren, cruzando avenidas rodeadas de campos sembrados con fresas y esquivando niños y ancianos sobre los andenes. Ahora me pierdo entre laberintos de asfalto andando por una zona que duerme a la hora a que salgo y a la que regreso.

Moran dice que actuamos como en el juego de “Los Sims”, conseguimos un lugar donde vivir y vamos a trabajar para ir comprando poco a poco lo que nos hace falta, el arroz y la papita, un sofá cama, un tendedero para la ropa y una alfombra. El mes siguiente cuando ya hayamos trabajado más entonces compraremos una lámpara y seguramente un cuadro, creo que tanto para ella como para mí este es un juego que ha comenzado muchas veces y ahora vuelve a iniciar, tan inexpertos como la primera vez.

Nos hemos mudado de Ra’anana, un villa encerrada en una burbuja habitada por familias felices que van los domingos al parque, hasta Ramat Gan, una ciudad que limita con Tel Aviv, a sólo unas cuadras del centro de comercio de diamantes más importante de Israel, aquí se cultivan gatos en los basureros y hay que luchar el espacio para pasar por los angostos andenes.

Me llevó cuatro días llegar a la estación y regresar a casa sin perderme. Me siento un poco campesino pero ya no tan extranjero, sé lo primero porque me sobrecoge el torrente de personas que salen de la estación del tren cuando yo entro, sé lo segundo porque siento rabia cuando veo que los soldados ponen sus botas sucias sobre las sillas del tren, distingo con solo mirar quién es ruso, hindú o yemení y entiendo apartes de las aburridas conversaciones de mis acompañantes temporales de vagón.

Sigo disfrutando la sensación de ser un extraño, un ser a quien nadie conoce. Que no teme encontrarse con alguien porque no conoce a nadie, aunque cabe la mínima posibilidad de que me cruce con Richard, un escocés que conocí un día de huelga en el tren y a quién le debo varias lecciones de hebreo, además de ser merecedor de mí cariño por ser profundamente religioso sin dejar de respetar intensamente las creencias de los demás.

Las horas en el tren son de las más importantes del día, desde que me siento abro la maleta y saco una droga que había probado de muy niño y que ahora he vuelto a encontrar para desconectarme del mundo, la lectura.Habiendo acabado todos los libros que traje de Colombia he recorrido tiendas de libros usados y ante la escasez de material en mi idioma he tenido que inyectarme sustancias desconocidas con muy buenos resultados. Es así como me empaqué una dosis de “Sefarad” de Antonio Muñoz Molina y las “Memorias de una joven formal” de Simone de Beauvoir, que entraron en mi torrente como si fueran sangre de mi tipo sin nunca haber probado nada de ellos.

Los libros, como una droga, me consumen. Mientras estoy trabajando estoy concentrado en mis deberes pero el resto del tiempo siento que de acuerdo al libro cambia mi temperamento, mis pensamientos se dirigen sólo hacia ese lugar marcado por las letras que he devorado y es así como todo lo que observo sufre la distorsión del autor que esté leyendo.

Por alguna razón los libros que he tomado recientemente se relacionan con sucesos de la historia y en medio de la obsesión termino soñando con momentos olvidados de mi pasado. Fue así como hace dos noches en la pequeñez de mi habitación desperté a Morán al pegarle una patada a la pared. Estaba frente a la cancha y todos mis compañeros del colegio esperaban que anotara el gol, pero mis piernas no respondían para patear como era debido hasta que al fin mi pie se animó dándole un taponazo al muro que duerme al otro lado de mi cama. Me desperté con desazón al recordar que a pesar de que amaba jugar al fútbol nunca me convertí en un buen jugador, mi desánimo aumentó con el dolor en el pié y llegó a su cúspide con la certeza de que jamás podré saber si metí el gol. Por otra parte, menos mal que Moran no estaba entre la patada y la pared.

19 abril, 2009

Para vivir y convivir en Israel hay que saber… Parte 2


Que no hay Cruz Roja.
La cruz es un símbolo cristiano que, como muchos otros símbolos religiosos, hacen parte de la vida cotidiana en un país como Colombia, sin embargo, aquí en Israel no hay cruz que valga, la que vale es la estrella de David, entonces las ambulancias no son de la Cruz Roja, son de la Estrella de David Roja, o Maguén David Adom (“Adom” es rojo, “maguen” no se la traducción literal, pero es la estrella).

Que Israel no es un desierto.
Durante años e incluso mientras viví aquí durante el verano, creí que esto era un desierto. Después llegó diciembre y luego enero, entonces todo se forró de verdes y amarillos intensos, el olor del ambiente se tornó dulce y el aire fresco.El cuento de que Israel es un desierto se lo dijeron los judíos al mundo, y algunos historiadores o políticos que apoyaron la creación del estado de Israel. Siempre fue mucho más fácil declarar el estado de Israel haciéndole creer al planeta entero que lo que le estaban dando a los judíos era un pequeño pedazo de tierra cubierto de arena donde no crecía ni un cactus, pero la verdad es que ya en 1948 y desde muchos siglos antes, los habitantes de estas tierras sembraban lo que era acorde a la estación, tenían pasto para sus cabras y habrían huecos en la tierra para sacar agua. Cualquiera que vaya al mercado encontrará variedad de frutas y hortalizas que no sólo alcanzan para alimentar a los 7 millones que viven aquí, sino para exportar a distintos países de Europa manzanas, limones, aguacates, duraznos, fresas y muchas otras cosas más.

(Este es uno de los paisajes primaverales que veo de camino al tren, en algunos días será un aparente desierto).

(Aquí un carro de frutas en una de las principales calles del centro de Tel Aviv)

No hay ningún rasgo físico que pueda definir al Israelí.
Si los y las israelíes son atractivos, blancos, negros, morenos, gordos, flacos, altos o bajos, no hay nadie quien pueda decirlo. Este es un país que ha recibido a los blancos más pálidos de Rusia y a los negros más oscuros de Etiopía, a los porteños más amables de Buenos Aires y a los caleños más vallunos de Colombia. Esta población es una ensalada de genes que han dado como resultado una raza indescifrable que nadie podría encasillar con rasgos físicos comunes.

(Aquí un collage de niños en Israel durante el festival de Purim, donde todos los niños se disfrazan en una fecha menos oscura que el Haloween).

El Sionismo, tal vez más poderoso que la religión Judía.
En el siglo XIX un hombre llamado Theodor Herzl fundó el movimiento sionista con el objetivo claro de fundar el estado de Israel. Después de muchos años, dinero, guerras, muertes y poderosos Lobbies en los congresos de las potencias mundiales (y omitiendo aquí miles de párrafos de historia), la meta se alcanzó dando como resultado la fundación éste país. Aunque Israel se reconoce como el único estado judío y el calendario, la alimentación, la educación y muchas de las leyes se basan en la religión, es en realidad el sentimiento y pensamiento sionista el que rige la vida de la mayoría de los ciudadanos.Entre las múltiples consecuencias del sionismo, quiero mencionar las más relevantes para mí:

(Aquí una foto de la plaza Isaac Rabin, este lugar recibió el nombre del primer ministro asesinado luego de ser catalogado como traidor por muchos sionistas radicales, entre otras cosas, por firmar la paz con los árabes y entregarles parte de las tierras de Israel)

- Aunque el sionismo no se fundó explícitamente sobre las bases de la religión, y por ello se tuvo en cuenta la fundación del estado de Israel en países como Argentina y Etiopía, el apoyo judío y del mundo siempre fue mayor cuando se habló de fundar Israel en el territorio sagrado, por ello existen pensamientos sionistas ligados a la religión como escépticos.

- El sionismo tuvo como objetivo trasladar a la tierra de Israel la mayor cantidad de judíos posible con el objetivo de hacer al país fuerte. Es por ello que durante años e incluso desde antes de la fundación del estado, se llevaron a cabo migraciones organizadas llamadas “Aliya” (que significa “subida”), en las que miles de judíos de todas partes del mundo se trasladaron a Israel bajo múltiples beneficios entregados por el gobierno y con la única condición de ser judío practicante, converso o tener algún abuelo o abuela judíos (en algunos libros se citan incluso tratos de nazis con sionistas ya que los dos movimientos estaban de acuerdo en la necesidad de mover al pueblo judío hacia un territorio especifico).

- Algunos grupos religiosos ultra ortodoxos desconocen al sionismo y por lo tanto al estado de Israel, se rigen bajo sus propias leyes y rechazan todo lo relacionado al país, por mencionar algunos detalles: No hacen el servicio militar, reciben algunos servicios públicos de países árabes, tienen sus propios tribunales y escuelas y no pagan impuestos, sin embargo, de una u otra forma se benefician de los impuestos pagados por el resto de israelíes que a su vez reniegan por subvencionar los gastos de éstos religiosos que no aceptan al estado.

- El sionismo, como cualquier otro nacionalismo, tiene consecuencias graves en el pensamiento de algunas personas que pueden considerar la raza judía como una raza superior (tal como pensaban los nazis de la raza aria en su momento y pasando por alto que el sionismo nació también como una respuesta al antisemitismo), defienden apasionadamente su derecho al territorio de Israel y apoyan toda guerra que incluya la recuperación de terrenos cedidos a los palestinos o cualquier acción que incremente la seguridad del territorio.

- Entre otras cosas, cuando hablas con personas de pensamientos sionistas, es fácil identificar comentarios que se refieren a los judíos como “víctimas” del mundo, en los que hacen referencia a la historia de antisemitismo en Europa, el holocausto, la posibilidad de una bomba atómica iraní que pueda volver a “exterminar“ al pueblo judío, entre otras muchas otras amenazas que han existido y pueden existir, incluyendo por supuesto las que los medios inventan o resaltan para que los ciudadanos apoyen nuevas guerras.
(Una mejor fuente sobre este tema puede ser el libro "Los mitos fundacionales del Estado de Israel, de Roger Garaudy).

Televisión “REAL”.
Si en Colombia estamos inmundamente inundados de telenovelas, aquí en Israel estamos ahogados en una avalancha eterna de realities. Cada canal tiene los suyos y pueden estar al aire hasta 3 realities en el mismo canal, desde el gran hermano, pasando por “survivor”, bailando por un sueño, Israelí “Idol”, el soltero, la soltera y muchos otros, los televidentes israelies parecen devorar contenidos “Reales” como si fueran humus y falafel. Aún no me explico cómo, para 7 millones de Israelíes producen tantos contenidos y les sobran participantes y dinero para hacer su propia versión de “The Amazing Race” (Carrera de observación por distintos países del mundo, tan costosa, que en Latinoamerica se hace una versión Latina como el Latin American Idol).Entre las cosas que tengo que rescatar de la televisión israelí están la gran cantidad de programas de comedia estilo “Stand Up Comedy” y de parodia política y social con producciones impecables.
( Aquí unas palomitas tomando un baño, sólo porque se que a mi papá le gustan)

Que es mejor hablar inglés que hebreo.
Si no le funcionó el tiquete en el tren, si no sabe qué bus tomar, si quiere que lo atiendan como se merece, si está perdido, si necesita cambiar un billete o hace algo prohibido, es mejor no hablar hebreo.Como ya lo dije, Israel es un país de inmigrantes donde durante años han recibido miles de personas de todo el mundo que por supuesto no hablan el idioma. El israelí común y corriente ya perdió hace tiempos la curiosidad por el recién llegado y está harto de los inmigrantes que vienen a quitarles el trabajo con un hebreo chapuceado. Si no entienden el poco de hebreo que usted habla, no harán el menor esfuerzo por entender, pero si habla inglés las manos israelíes se tenderán para ayudarlo, el revisor de tiquetes del tren le perdonará no haber pagado su pasaje y en el banco será un cliente preferencial del que todos se acordarán.Es un poco triste que no se pueda practicar el idioma, y esto hace que aprenderlo sea más difícil. Hoy hacen parte de la idiosincrasia del país las burlas hacia el hebreo con acento ruso, argentino, etíope, francés y árabe, entre otros.

(Una curiosa máquina recicladora de ropa en la ciudad donde vivo, aunque jamás he visto a alguien usarla).

Y aquí un corto video de mi recorrido diario en el tren:
http://www.youtube.com/watch?v=vmRIXzHwr8w

06 febrero, 2009

Una foto en el correo


Te acuerdas, la bicicleta de freno “coster”, que llevaba forros rojos acolchonados, ahora está cubierta de óxido, no queda nada de ella, apenas su marco, amarillo y sucio, si es que aún nadie la ha sacado de ese pequeño cuarto donde quedó amontonada con otros objetos evocatorios de recuerdos. La había abandonado a su suerte, sin si quiera recordarla, a mi me bastó saber que la quería, que había sido mi acompañante rápida y fiel durante muchos años, mi automóvil, mi nave espacial, mi transporte a la aventura, mi amiga secreta en las calles de ese barrio con caminos de polvo por donde el tiempo pasó, tan rápido como yo sobre ella.

Me la has enviado en un sobre y con ella un relámpago con el que sufro una descarga que me lleva veinte años al pasado y miles de kilómetros hasta donde un día, en ese garaje donde jugábamos policías y ladrones, ponchados y escondidas, mi papá nos tomó una foto al lado de su Renault seis que un día desapareció misteriosamente sin saber por qué. Mi papá, con su vocación y profesión de periodista, tal vez sin proponérselo, ha documentado casi todos nuestros mejores recuerdos en cintas magnéticas de audio, fotografía y video. Papi, padre mío, has creado una máquina del tiempo.

Al fondo están las paredes de ladrillo rojo que formaban esquinas por donde yo me convertía en alpinista, una que otra vez también los ladrones, y mi papá en policía, afortunadamente con muy mala puntería. Estoy casi seguro que Angélica no había llegado a la tierra en ese momento, y qué extraño es pensar que alguna vez vivimos en éste mundo sin ella, que compartimos nuestros espacios sin tenerla en cuenta, ignorantes de que en las siguientes fotos seríamos tres o cinco.
Es que ésta máquina del tiempo sólo viaja al pasado y es por ello que nunca pude prever que los días correrían, que en el futuro de ese presente, en el presente de ahora, ya no sería tan fácil verte con tu vestido de jean, tus medias blancas a la rodilla, sentir tu brazo en mi hombro.

Te acuerdas, nos acostaban en la silla de atrás del carro y poníamos nuestros pies en las puertas para empujarnos cabeza contra cabeza para ganar más espacio. Fingíamos quedarnos dormidos para que mi papá nos llevara envueltos en una cobija hasta la cama, hacíamos concursos para ver quién contaba más carros de un color o dónde estaba escrita una palabra, jugábamos a decir adiós por el vidrio trasero y éramos felices cuando alguien nos respondía el saludo.
Ahora que hago este corto viaje vuelve a mí la imagen de ese trágico día, mi papá frenó muy fuerte, y el gusanito de una guayaba que guardabas como mascota en una caja de fósforos se cayó y desapareció para siempre. Memito se llamaba.

10 enero, 2009

De cohetes, franjas, fronteras y niños.

La sirena comienza a sonar y nos despertamos seguros de que no se trata de una ambulancia, mucho menos de la policía, nos los confirman los pasos afanados afuera de la habitación y en el piso de arriba. De pronto, alguien entra y a empellones, casi arrastrándonos, nos lleva al corredor sin dejarnos siquiera poner zapatos o medias.

El piso sin alfombra se siente más frío que de costumbre. Es el invierno. Es el miedo que hace más sensibles las plantas de nuestros pies. Es la ira de ser despertado una vez más por el sistema de alarma que se enciende cada vez que un cohete Kazam se acerca. Salimos a las escaleras, el punto interior más seguro para recibir el impacto si hoy si nos toca a nosotros. Pienso, “si esta larga angustia al fin se terminara”, al menos, recibiendo esta vez a ese monstruo que todo lo atraviesa y lo rompe, que llega silbando una canción inconfundible que no me quiero aprender. Sentados en un escalón, a nuestro lado se van ubicando rápidamente mujeres que rezan en un hebreo incomprensible y que llevan en sus brazos bebes que no paran de llorar, tal vez presienten que algo está mal, tal vez, igual que nosotros, sólo tienen frío. No sé cuánto tiempo alcanza a pasar, podrían ser horas o días, pero son sólo unos segundos hasta que el estruendo pone fin al macabro silbido. No ha caído en nuestra casa. No ha sido esta vez nuestro hogar el que le dio la mala bienvenida al visitante que vino volando desde Gaza. Es momento de apagar el televisor. No lo viví, tan sólo lo vi en el noticiero, pero es la realidad que viven, desde hace más de dos años, cientos de familias del sur de Israel y que ha originado la incursión actual del ejercito Israelí en la franja de Gaza.
Son más de las siete y me subo al tren. Paso el primer vagón y no hay una sola silla, paso al segundo y tampoco, llego al tercero y aunque todo se ve lleno hacia el fondo, a mi derecha descubro un espacio de 4 sillas vacías donde me siento, extrañado de que nadie ocupe el lugar. Es raro, porque normalmente la gente prefiere sentarse sola en una banca en lugar de compartirla con algún desconocido. No es común que tantas personas hayan anochecido con ganas de rozarse los codos, ni siquiera en un día tan frío como éste. Me acomodo y miro entonces al espacio enfrentado al mío para de inmediato reconocer sus cortes de pelo al estilo Humberto, sus cabellos húmedos y agominados, sus pieles morenas que contrastan con sus ojos de fondo profundamente blanco, sus formas de vestir que se me hacen tan latinas. Los escucho hablar árabe y comprendo que el espacio donde estoy sentado tiene mi nombre, el de los que apenas hemos comenzado a juzgar y sentir miedo, el de los que aún no estamos pendientes de mirar la raza y la religión de los que comparten nuestros territorios cotidianos. Lo viví, no lo vi en el noticiero. Y es la realidad de miles de árabes que viven en Israel y que se han visto condenados, justificada o injustificadamente a vivir marginados, juzgados como terroristas y asesinos, revisados hasta la desnudez en puntos de control por donde tienen que llegar a sus lugares de residencia en Gaza, Jericó, Ramala, Nablus y otros lugares que aún no conozco.
Yo sigo viviendo mí día a día. Vistiéndome sin bañarme, subiéndome en mi tren de las 7 y 36 cada mañana, tomando mis tacitas de agua caliente mientras diseño, discutiendo con mi jefe, almorzando a la una, saliendo a las seis, tomando el tren de regreso. Mi hebreo no me da para entender las noticias, ni siquiera para entenderle a la señorita de la entrada de la estación cuando me pregunta si llevo armas. La guerra existe para los que andan disparando y recibiendo los disparos, escuchando de cerca las explosiones, los silbidos, los gritos, cargando a sus hijos muertos, a sus padres, a sus abuelos. La guerra existe para esos niños soldados que manejan tanques y fusiles, para los que se inmolan en los buses o los restaurantes, para los que se equivocan bombardeando escuelas y matando a los de su propia tropa en el llamado fuego amigo. Para los que sí entienden las noticias.
Mientras tanto, mi viaje termina y antes de bajar veo un soldado posar orgulloso en el espejo que forma la ventana de la puerta del tren en la oscuridad, se acomoda algo parecido a un fusil y se imagina como lo vemos los demás. En el noticiero, se escucha a un soldado herido gritando desde su camilla “les vamos a abrir el culo”, refiriéndose a los integrantes de Hamas en Gaza y también se oye al presidente de Irán jurando que borrará a Israel de la faz de la tierra, un hombre que dirige un país donde una mujer vale la mitad de lo que vale un hombre.
Nuevos cohetes comienzan a caer, ahora desde el norte. Israel no descansa ni un segundo en la guerra y Hamás sigue mandando sus proyectiles escudados entre la población civil como si la muerte a su alrededor los hiciera aún más fuertes y pienso, entre tantos responsables por esta tragedia, de algo estoy seguro, los niños no lo son.

Niño israelí. Me asombró ver que sabe perfectamente como se empuña una pistola.



Niño arabe. En un asentamiento árabe al norte de Israel tomé esta foto justo cuando se atravesaba un auto, pero si se fijan bien, hay algo oculto tras el cristal.