18 octubre, 2008

Jerusalén, un pequeño gran planeta.

Empaqué una pequeña maleta y viajé durante hora y media para terminar nadando en un mar de gente a la salida de la estación de buses de Jerusalén donde se oía algo parecido a lo que se debió escuchar alrededor de la torre de babel.
Entré en el primer hostal que encontré tras los muros de la ciudad vieja y me acomodé en el segundo piso de un camarote frente a Robert, un gringo entrado años ciudadano del mundo, y de La Mesa, Cundinamarca, porque allí también vivió alguna vez, mucho antes de llegar a Jerusalén para habitar entre las cuatro paredes que hoy rodean el desorden de todos los huéspedes, y cerca al sitio donde hace la lavandería para pagar su hospedaje desde hace tres años.
De las cuatro sombrillas clavadas en cada esquina de una mesa plástica al lado de su cama, cuelgan bolsas plásticas con comida, basura y artículos de aseo que los viajeros le han dejado para abrirle campo a los suvenires que compran. Parece vivir con justo lo necesario y guarda una lista en su cabeza con la información necesaria para ir a cada lugar turístico que, por supuesto, el nunca ha visitado. Allí lo encontré y lo dejé, para en una próxima vez regresar a saludarlo y llevarle algún regalo. Luego salí a caminar.
Si alguien quiere conocer el mundo y no tiene tanto dinero, ni mucho menos visa para hacerlo, debe venir a Jerusalén. Este tal vez sea el único lugar de la tierra donde convergen tantas culturas, religiones, idiomas y costumbres. Un combo promocional del universo para tener una visión de toda la gente que habita este planeta.
Si los ojos chinos son distintos de los japoneses, si el ego de los franceses es tan grande como las tetas de las brasileñas, si los irlandeses beben mucho, si los gallegos son como los pastusos, si los árabes odian a los judíos, si los judíos son amarrados, si los colombianos consumen drogas o sólo las venden, si los peruanos son ladrones, si los mexicanos son chaparros, si las australianas son divinas, no importa cuál sea su creencia, en Jerusalén encontrará que generalizar es un error, que es más lo que nos acerca que lo que nos separa, que todos, creamos que somos iguales o no, podemos vivir y compartir un espacio de tierra (protegido por soldados).
La ciudad vieja de Jerusalén está rodeada de murallas de piedra blanca y fría en las que se han abierto siete puertas para darle la bienvenida a personas de distintos orígenes a través de la historia, y una que se construyó cerrada y que los cristianos reservaron para Dios en el día del juicio final, si no le da por sumarse al paro judicial.
La ciudad vieja de Jerusalén alberga tantas ratas como creencias. Es posible notar divisiones invisibles que dan origen a lo que se llaman “cuartos” o barrios y entre el barrio judío, el árabe, el cristiano y el armenio se ven caminar desnudas y peludas las roedoras tan grandes como gatos.
Cuando las veo pasar, más asustadas que yo, me pregunto si ellas se preguntan por qué hay una piedra en el santo sepulcro que recibe más besos que algunos niños, por qué la gente pide perdón frente al muro de los lamentos y hay que lavarse los pies para estar bajo un tejado de oro. Me pregunto si ellas se preguntan por qué los humanos estamos buscando a Dios en donde ellas encuentran todos los días su alimento.
Así es Jerusalén. Llena de ratas y de preguntas sin respuesta. Llena de templos como si no hubiéramos entendido nunca el significado de iglesia que Jesús quiso enseñar, llena de mercados al lado de los templos como los que Jesús algún día destruyó. A pesar de tantas preguntas, a pesar de tantas ratas, Jerusalén me atrapa y me devora, me alimenta y me llena. Jerusalén me alimenta las ganas de entender los “por qué” de todo esto, y si Dios me da licencia, algún día entender “para qué”.
El refugio de Robert.
Jugo de Rimón, definitivamente mucho mas rico que el rimón solito.
Camino al barrio Mea'Shearim, un tradicional barrio religioso judío donde no circulan autos en Shabbat y todas las personas salen vestidas de negro. Los hombres con sus características patillas para que Dios los hale cuando cometen pecados y las mujeres con falda y los brazos cubiertos hasta el codo. Algo digno de ver y muy hermoso.



Este rabino, que en paz descanse, fué catalogado por algunos como el verdadero mesías. Esto ha hecho que haya una división entre algunos judíos que piensan lo contrario. La pregunta importante aquí es, qué tiene que hacer el mesías para que los humanos lo reconozcamos cada vez que viene.
Propaganda política de un rabino. Muy bonita.

Edificación en la ciudad vieja.


Niño con botella del vino que se toma en Shabbat, sin alcohol.

A las 5 de la tarde por la puerta de Yaffo se puede ver entrar cientos de judíos religiosos que van al muro de los lamentos o Kotel.

El monte calvario o "de la calavera" (¿la pueden ver?) donde aparentemente fue crucificado Jesucristo.

El jardín de José de Arimatea donde también se cree que fué enterrado el cuerpo de Cristo.


Lugar donde los musulmanes de lavan los pies, las manos y la cara, antes de entrar a la mezquita.


Apartamentos. Es importante entender que en la ciudad vieja de Jerusalén vive gente, no es sólo el sitio de peregrinaje y comercio que muchos creemos, o al menos yo pensé.

Puerta de Yaffa. Una de las siete con acceso para personas.

Las banderas de Israel cubren la mezquita. A pesar de ser un país declarado judío es imposible negar la presencia de un millón y medio de musulmanes.

Caserío en Jerusalén.



Muralla de la ciudad vieja.


Saliendo por la puerta de Yaffa encontramos un corredor con almacenes de lo mas elegantes y que contrastan con el mercado informal al interior.


Camino a la Gran mezquita o Domo de la Roca. (El templo musulmán).

La Gran Mezquita. (No me dejaron entrar. A nadie lo deján entrar).



El muro de los lamentos, western wall o kotel, lugar de recogimiento del pueblo judío.


Bar Mitzvah, ceremonia en la que un niño judío es reconocido como adulto ante la religión y comienza a ser responsable de sus actos. En el interior del cilindro hay partes de las escrituras y los hombres se acercan para besarlo. Al cilindro.


Las calles de Jerusalén siempre toman un color rojizo o azulado en las noches.


El templo del santo sepulcro donde también se cree que Jesús fué enterrado y donde reposa la piedra que supuestamente sirvió de puerta para su tumba.
La gente se acerca a refregar los souvenires contra la misma y algunos la besan apasionadamente. A la piedra.




Puestos de mercado dentro de la ciudad vieja.


16 octubre, 2008

La Terapia.



Cada vez más, confirmo que:


- Quien viaja mata su ego porque se da cuenta de lo poco que significa dentro de tanta gente y maneras de pensar.


- Quien viaja valora lo que tiene porque encuentra las ventajas de vivir donde vive y aprende a querer lo que se ha construido en su tierra.


- Quien viaja se da cuenta que hay otras maneras de vivir la vida, distintas a la suya, las que ha visto en la televisión y sus padres le han enseñado.


- Quien viaja aprende a respetar a todos los humanos a su alrededor porque reconoce y acepta que hay diferencias y distintos puntos de vista.


- Quien viaja recupera las ganas de vivir si las ha perdido y las aumenta si las tiene.


- Quien viaja no se preocupa por envejecer porque nunca siente que ha perdido el tiempo en cosas que no valen la pena.


- Quien viaja se concientiza de cuidar el planeta y el medio ambiente porque siente que debe durar lo suficiente para alcanzar a verlo todo.


- Quien viaja mejora el lugar donde vive porque aprende como viven otros.


- Quien viaja es feliz para siempre porque los recuerdos los acompañarán cada día y de pronto, hasta después de su muerte.


- Quien viaja invierte el dinero en algo que nadie le puede quitar, bueno, de pronto el Alzheimer.



Viaja, no lo pienses más, no te niegues a este planeta al que tal vez ya no le quede mucho tiempo.

Por cualquier cosa, esto no lo escribí como publicidad para ninguna agencia de viajes.