27 agosto, 2008

Primeras Impresiones

Estas son las primeras imágenes de Ra'anana, la ciudad donde vivo. De entrada tengo que decir que no ha sido fácil adaptarme al cambio de horario (8 horas de más), y al clima. Está haciendo un calor tremendo, aunque parece que tiende a bajar pues la época mas difícil es ésta.

Aquí estamos con Moran en el parque de Ra'anana, nos bajamos del carro, tomamos la foto y nos volvimos a subir, el calor no nos dejó estar mas tiempo.


Playa de Shablul, hay como 7 en la ciudad de Hartzelia, me impresiona que hay baños públicos y vestiers gratis, no en perfecto estado pero bastante aceptables.

Esta es una de las puertas de uno de los vecinos, todas tienen algo adherido, oraciones, dibujos de los niños, y si se fijan bien hay un pequeño artefacto pegado a la derecha del marco que hay que besar al salir y al llegar pues contiene unos apartes de la biblia que Moran no me supo explicar o yo no pude entender.



El aviso de bienvenida que me tenían:



Una calle de Ra'anana:


Otra calle de Ra'anana:


El edificio donde vivimos. La arquitectura a simple vista es muy sencilla, y todos los edificios se parecen, pero luego de dos días ya comienzo a verlos diferentes y a percibir las multiples tonalidades del beige que predomina.

Esta es una esquina de Ra'anana. Como lo pueden notar, la escritura del hebreo predomina en la publicidad y los avisos en general, cosa que me asusta un poco en caso de perderme o querer buscar algo específico.




Eso es todo por ahora.
Muy pronto escribiré una impresión más exacta de todo, la cultura, la gente, el lugar, el país, creo que sería muy precipitado escribir algo llevando sólo dos días por aqui.

25 agosto, 2008

Morir y Viajar

En las tumbas indígenas de tribus suramericanas se encuentran artefactos que disponen los vivos para acompañar a los muertos en su recorrido hacia la eternidad. Entre las pocas cosas que sé, al difunto lo echaban al foso acompañado de vasijas, alimentos, armas, vestidos, amuletos, animales, y en algunos casos, sirvientes aún con vida, todo esto, para acompañar al difunto en el “camino”.

Creo que nadie tiene certeza si la muerte sí es algo semejante a un viaje, pero de algo estoy seguro, y es que un viaje sí se asemeja a la muerte.

Con el desprendimiento por lo material que caracteriza a alguien que sabe que va a morir, he pasado horas enteras empacando en decenas de bolsas negras de basura la multitud de cosas que pensé en algún momento necesitar, y que ahora con claridad, veo como mugre.He seleccionado ropa para regalar y que esperaba a ser usada en mi closet por años, libros que nunca leí, otros que leí tres veces y no lo haría una cuarta, CDs con archivos de respaldo de trabajos que nadie volvería a admirar y otros con música que se encuentra a granel en cualquier programa de descargas. Boté y boté teniendo presente que no podía seguir cargando tanta basura y al final, sólo pude preguntarme por qué esperé tanto tiempo para deshacerme de lo que no me servía.

Ahora en mi maleta llevo lo indispensable para el viaje: regalos para los que me esperan en el más allá, prendas de vestir primorosas, zapatos suficientes y el portátil que posiblemente me permitirá trabajar en el otro mundo. En esta vida dejo un par de cajas plásticas con cosas a las que aún no puedo renunciar y algunos artefactos electrónicos que dejé en calidad de herencia temporal o permanentemente.

De todo el proceso de preparación de este viaje, como si estuviera preparándome para la muerte, siento que lo material que se vaya o se quede es lo que menos influye en mis emociones. Lo que ocupa mi corazón es el lazo con mi familia y lo que significa prepararme para la larga distancia física que nos separará. He pasado dos semanas o más, con emociones mezcladas de preocupación y calma, temor y valentía. Me he desvelado pensando en lo que viene y lo que dejo.

En ocasiones no he podido dormir pensando en lo que voy a extrañar a mi familia. Pienso en las últimas noches que pasamos compartiendo una película en la misma cama, las chimeneas en San Antonio, los abrazos de oso de mi padre, la solicitud de un beso de mi madre o la risa de mi hermana, me preocupa perderme los momentos relevantes de la vida de cada uno, o no estar presente si alguno de ellos necesita de mí. Me preocupa que haya cosas que cambien para siempre mientras yo estoy lejos, como si alguno de ellos muere y no lo puedo volver a ver.

Para preparar mi partida renuncié varios días antes de irme para compartir la mayor cantidad de tiempo con las personas que más quiero, sin embargo este no fue el camino hacia la tranquilidad. Esta sólo llegó muchos días después cuando mi papá me citó en un rincón del Nido de Águilas ante una vista privilegiada para apreciar el atardecer y me dijo cuanto le alegraba mi partida a pesar de su tristeza. Fue entonces cuando me confesó que mi mamá y él, me habían regalado a mí y mis hermanas, alas y raíces.

No sé si comprendí del todo lo que me quiso decir, pero sé que para apreciar ese regalo debo usar mis alas para volar tan lejos como pueda y con mis raíces debo recordar siempre de donde vengo, mis valores y el amor con el que ellos me criaron. Supe que podía irme en paz a recorrer este camino que ellos quisieron que andara y que yo decidí tomar. Tal vez no debería depender de alguien más para ganar mi paz interior, pero con sus palabras y el abrazo de mi madre la conseguí.

Es paradójico que los preparativos de este viaje se asemejen a la preparación que cualquiera haría si supiera que va a morir, y a la vez, que la razón de este viaje sea tener la certeza de que algún día moriré y que quiero estar preparado para cuando eso ocurra, ese día y ese minuto quiero estar seguro de haber hecho lo que siempre quise hacer, viajar, recorrer el mundo, aprender otros idiomas, conocer otras culturas, lanzarme al vacío de la total incertidumbre. El país elegido por ahora: Israel.