30 abril, 2008

Responsabilidad de Dudar

Después de 4 días con fiebre y de cada mañana esperar a sentirme mejor, accedí a ir al médico. La doctora me revisó la garganta y dijo que tenía placas y que me inyectarían penicilina. Le dije asustado,- Nunca me han aplicado penicilina-. A lo que respondió riendo,-Siempre hay una primera vez, y nunca en la vida se le va a olvidar.
Salí a esperar la prueba de alergia y mientras tanto traté de hacer meditación y relajarme para intentar dominar el miedo al pinchazo. Recordé a Baba el maestro de la india y le pedí que me salvara de esa prueba si estaba en sus manos hacerlo.

Además del dolor había algo que se sumaba a mi temor y era la certeza de que los antibióticos no eran buenos para mi ni para nadie, y aunque no sabía la explicación exacta, recordaba al Doctor Arturo O’Byrne diciendo que aplicar antibióticos era igual a encontrar ladrones en casa y matarlos a tiros para luego dejarlos pudriéndose en el suelo, sin reparar las paredes de los hoyos causados por las balas, sin enterrar los cadáveres.
Llegó la enfermera y me dijo que para hacer la prueba de alergia me inyectaría unas gotas de penicilina en el brazo, me previno del dolor pero nada de lo que dijo fue suficiente para describir lo que sentí. Me sentía mas enfermo de sólo imaginarme una dosis como esa multiplicada por 10 y en el trasero.

Llamé a mi madre para que le preguntara a un médico homeópata, que alguna vez la atendió, si podía verme. Unos minutos después me regresó la llamada con la sentencia del doctor, que no dejara que me aplicaran la penicilina y que visitara su consultorio. Me sentí vivo otra vez hasta que la enfermera volvió para decir que la prueba de alergia era negativa y que se disponía a inyectarme. Le dije que no me la aplicaría y me abrió los ojos como si fuera ella a quien acabaran de pinchar, llamó a un doctor que difícilmente era mayor que yo quien me llevó a una habitación vacía.

El sujeto me preguntó si tenía miedo al pinchazo y le dije que no (mentí) y que lo que no quería era que me aplicaran antibiótico. A lo que respondió que era absolutamente necesario pues la bacteria que tenía en la garganta podría ir a mi sangre y luego a mi corazón y que podría morir. Yo le dije que conocía los efectos secundarios de los antibióticos y que no eran buenos, entonces se explayó nuevamente tratando de convencerme diciéndome que lo único que había en el mundo para esas bacterias era la penicilina y que absolutamente todos los productos que el ser humano consumía tenían efectos secundarios, que los champiñones eran cancerígenos al igual que las habas, que los efectos secundarios de la penicilina eran mínimos comparando los beneficios (Como por ejemplo el de no poder sentarse durante 3 días) Agregó además que si no aceptaba la aplicación del medicamento tendría que firmar un papel donde los libraba de toda responsabilidad. El tipo se puso molesto, como si se sintiera ofendido. Firmé el documento y me fui.

Llegamos el mismo día hasta el consultorio del médico homeópata y cual no sería mi sorpresa cuando encontré un aviso a la entrada que decía: Organización Sathya Sai Baba. Allí ya no pude más y me puse a llorar, porque los milagros siempre me hacen llorar. Entré al consultorio y el Doctor Francisco Panqueva me abrió los ojos, revisó mi iris y me dijo que tenía una debilidad pulmonar debido a una crisis en mi niñez, me entregó frasco con globulitos (que ante cualquier médico tradicional no es mas que un recipiente con azúcar) que recitaban en la receta “Antibiótico Natural”. Y me explicó que la toxicidad acumulada en mi hígado debía ser limpiada para que estos problemas no se volvieran a presentar pues esa toxicidad se liberaba a manera de gases manifestándose con infecciones en la garganta, los ojos, los oídos o la piel. Me explicó que además de las bacterias “malas” los antibióticos corrientes mataban también las bacterias “buenas” del organismo encargadas de protegerlo y limpiarlo regularmente.

Salí de allí y después de dos días de sudar como un caballo la infección en mi garganta desapareció.

No entiendo como es posible que nuestro sistema de salud se siga basando en una teoría que ya ha demostrado no ser suficiente para calmar las dolencias de la humanidad. Cuanto tiempo tendrá que pasar para que los médicos tradicionales dejen esa soberbia que los conduce a inyectar, cortar y cocer, para nunca preguntarse si hay algo más que se pueda hacer, otra ALTERNATIVA.
¿Cuántas personas más deben seguirse sometiendo a los antibióticos para dañar sus riñones y debilitar sus organismo, para resultar regresando al médico meses después aún más débiles y enfermos?
Cómo seres humanos tenemos la responsabilidad de dudar de lo que los médicos nos dicen, de otra manera estamos condenados a ser víctimas del negocio de las empresas farmacéuticas que a punta de congresos en lujosos hoteles en lugares paradisíacos tienen convencidos a los médicos que la única respuesta está en sus dañinos y costosos productos.
No quisiera referirme a todos los médicos, hay por ejemplo algunos que le dan Clonazepan a mi abuela para que viva en un mundo de fantasía en el que está feliz, y hay otro que cuando lo visité por una molestia en el oído me formuló un antibiótico en gotas que enunciaba en la caja: “Puede producir deterioro permanente de la capacidad auditiva”. Como hay otro que le recomendó a mi mamá abortar a mi hermana que gracias a Dios hoy ya tiene 19 años.

Algún día, estando recién nacido sufrí una deshidratación que me llevó a estar cerca de la muerte y los médicos me salvaron la vida, uno de ellos, primo de mi abuelo. Les agradezco inmensamente a los médicos las veces que me han ayudado como cuando me boté irresponsablemente por una loma y me rompí literalmente la cara, o cuando me enyesaron después de haber caído de una moto. Pero los médicos deben ser concientes de que muchas veces tratando de salvarnos, nos pueden estar dañando.