04 julio, 2007

Cocuy




Salimos hacia el Cocuy a las siete y treinta de la noche, nos subimos a la van con mi amiga Ariadna en el mismo lugar donde queda ubicada la oficina en la que trabajé por casi tres años. Después de andar unos cientos de metros caí en cuenta que hacía un año no visitaba esas oficinas y que era 15 de Junio, se cumplía, casi exactamente, el aniversario del Tour de la Langosta, que bueno poder celebrar el primer aniversario del Tour con un viaje a la tercera montaña mas alta de Colombia.






Viajamos toda la noche en manos de un conductor que manejaba como endemoniado pero llegamos a salvo, pasamos más o menos tres retenes entre policía y ejército para llegar al pueblo de Cocuy.




Cocuy y Guicán son dos poblaciones vecinas que se disputan la propiedad del nevado del Cocuy, es por ello que algunos incluso lo llaman nevado de Guicán, el asunto es que después de estar allí, ese paisaje sólo le podría pertenecer a Dios.


De Cocuy viajamos a Guicán y allí comenzamos el ascenso en van más o menos 30 minutos más. Si uno no va en van puede montarse en cualquiera de los camiones lecheros que recorren la región cargados de cantinas, abuelos y niños.



El primer día lo usamos para hacer un corto recorrido de 3 horas para adaptarnos a la altura, el campamento estaba a 3.900 metros pero al día siguiente llegaríamos a los 5.300. El paisaje es muy diferente a lo que he visto antes, los frailejones altos y bajos cubren casi toda la zona y una planta que desde niño conozco como orejas de conejo le hace compañía.





El frío en el campamento no era nada del otro mundo, nos dieron bolsas de dormir especiales para el clima y nos fuimos a dormir muy temprano luego de cocinar una sopa de pasta en pequeñas estufas de gas.





Al día siguiente partimos a las siete de la mañana. El día estaba perfecto. En el refugio nos esperaban dos baquianos, que así le dicen a los señores que llevan los caballos, ellos arrearían 4 animales para el grupo de 9 personas que subíamos a la montaña.




Desde el campamento se alcanza a divisar el árido recorrido del ascenso por una grieta que nos abre el paso a la montaña, es una subida de 45 grados llena de rocas sueltas y riachuelos de los que puedes beber cada vez que se te antoje. La cuesta la coronamos luego de cuatro horas de caminar para llegar a un sitio llamado Playitas, hasta allí llegarían los caballos.
Playitas es la base en la que nuestro ánimo crece, el glaciar está a la vista y a pesar de verse muy cerca aún falta una hora para llegar a él. La idea de estar con los pies entre la nieve y el paisaje que alimenta el corazón hace que las piernas no recuerden el ejercicio que han pasado ni el que viene y comenzamos a subir de nuevo.




El ascenso se hace sobre inmensas lajas de roca que antes estuvieron cubiertas de nieve, antes, cuando no se hablaba del calentamiento global o el pico y placa.





En ciertas partes de la roca se comienzan a ver acumulaciones de nieve, son los primeros bocados que reciben los ojos antes de la deliciosa experiencia que devorarán más adelante. Los riachuelos que antes corrían falda abajo han pasado a ser charcos con la superficie petrificada por el frío, si no recogiste agua antes, ahora es muy tarde.



Llegué con Fernando, el guía, al borde de la nieve y se lamentó por encontrarla mucho más arriba de lo que estaba cuando la visitó en enero, esto de que la nieve dejará de existir es muy en serio. Me olvidé un poco del tema y salté a esa masa blanca que todo lo cubre y que enceguece, que superficialmente no sabe a nada, pero en el interior sabe a victoria, que cuando la tomas en tus manos tiene la textura de esa masa que llaman oasis en las floristerías, a esa textura suave y algodonada que te recuerda que el cielo si se puede vivir en la tierra.







Poco a poco fueron llegando los otros y comenzamos el ascenso desde los 5.100 metros con seis de las nueve personas que comenzamos. El oxígeno se agota y cada paso cuesta el doble, los pies se hunden entre la nieve y cada vez que me siento agotado tomo un trozo del suelo y me lo meto a la boca, me siento como Hansel y Gretel cuando encontraron la casa de chocolate. Algunas personas bajan quejándose por no poder ascender más y otras porque ya vieron lo que querían ver. Yo sigo empeñado en que tengo que alcanzar la cima. Alrededor el paisaje es de lagos azules a la izquierda, enormes paredes de glaciar a la derecha, grietas rodeadas de témpanos, un aire que te alimenta.




Subimos durante una hora o tal vez un poco más y llegamos a los 5.300 metros, 30 metros antes de alcanzar la altura máxima de la montaña de 5.330 metros. El Ritacuba Negro se descubre al frente y nos muestra su cara oscura e imponente, una pared con cabello blanco y un espíritu infinito, a la derecha la cima del Ritacuba Blanco, la cima que no alcanzaríamos esta vez.





El clima cambió y nos dio tiempo para las fotos de rigor, comer mas nieve, disfrutar de la compañía de los dos reyes del Cocuy y volver a bajar. Tal vez sea porque sentí que ya había alcanzado la meta o porque la bajada es mas dura que la subida, el caso es que decidí montarme en un caballo cuando llegué Playitas y regresar sentado en un animal al campamento.
Cuando recorrí lugares hermosos de Suramérica siempre guardé la esperanza de regresar a mi país para vivir experiencias similares, debo decir que el turismo de aventura aquí, se lleva por delante a cualquiera de los países donde lo practiqué, que definitivamente cada paisaje y cada lugar es diferente, que vale la pena correr el riesgo de vivir ésta experiencia, el Cocuy no está lleno de guerrilla como muchos piensan, el Cocuy está lleno de aire puro, y no por mucho tiempo, de nieve.


Dos videos en:

http://www.youtube.com/watch?v=9mKVjFgHavU

y en:

http://www.youtube.com/watch?v=8Ullu1u4Uf4