16 diciembre, 2006

Más fotos de Iguazú No.2






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Y se puede volar

Hay preguntas que nacen en el lugar donde mueren los ríos.
Hay lugares donde los cielos se juntan con la tierra.
Hay una tierra que se abre a tus pies para dejar pasar el agua con un rugido que estremece tus sueños mas profundos.

Y cuando escuchas el susurro estremecedor de la naturaleza,
cuando miras lo que el universo ha hecho sin la ayuda del hombre,
cuando no importa que el paraíso lleve el nombre del diablo,
cuando ese lugar donde todo termina es exactamente el lugar donde todo comienza,
Es ahí cuando te dejas caer y sabes que al hacerlo es precisamente cuando empiezas a volar. Y se puede volar.



Las cataratas de Iguazú yacen en la frontera de Brasil, Argentina y Paraguay. Cada país tiene una porción de éste paradisíaco lugar pero Argentina posee tal vez la mayor parte de él, o al menos, la mejor vista de este pedazo de selva donde el poder del agua te recuerda lo débil que puedes ser.

Se llega a Iguazú después de 20 horas de viaje desde la ciudad de Córdoba, es la misma distancia o el mismo tiempo desde Buenos Aires. Cuando se pasea en un bus-cama no se siente el viaje, y mucho menos cuando has estado despierto las últimas 48 horas y llegas a derrumbarte en la silla del bus. Es grandioso dormirse en la ciudad y despertarse en el paraíso, no es que la ciudad sea el infierno pero lo cierto es que cada vez me gustan menos los escenarios citadinos y me gustan más los de la selva y el campo.

En un día se alcanza a recorrer casi completamente el parque de cataratas de Iguazú. Es un día pero el recuerdo te dura para siempre.
Los argentinos han creado una estructura casi perfecta de caminos por el parque en el que uno se puede mezclar con la selva sin dejar de respetarla. Hay que decir que los caminos y puentes tan bien construidos le quitan un poco de naturalidad a los escenarios sin embargo es gracias a ellos que podemos estar más cerca de la belleza. Hay que adaptarse y a eso te ayudan la infinidad de lagartos y mariposas que se cruzan por el camino.



Hay tantas cataratas como nombres para llamarlas. Pero a pesar de que son muchas, cada una es diferente y tiene un efecto distinto sobre ti. Hay algunas que caen tímidas y otras majestuosas, algunas agresivas y otras casi imperceptibles. Pero todas sencillamente hermosas.




Después de haber contemplado las cataratas más pequeñas desde distintos lugares, me subí en un bote para mirar una de las más grandes caídas de agua desde adentro. Te dan una bolsa para que guardes tu maleta y objetos personales y luego te llevan por el río hacia donde el agua anula tus sentidos, encegueciéndote con su fuerza y ensordeciéndote con sus gritos. Es increíble. Acabas empapado, con el peso del agua que no te deja caminar, pero con la sensación de haber mojado algo más que tu ropa. Debe ser que a uno también se le humedece el alma.



Y para terminar, La Garganta del Diablo, la caída de agua más grande. Solo hay que verla para no preguntar por qué tiene ese nombre. Desde el mirador ni tus ojos ni la cámara alcanzan para abarcar completamente la caída del agua, y quisieras estar más lejos para poder contemplarla completa, pero quisieras también estar más cerca para sentir como te absorbe ese eterno poder. Me gustaría saber si esa agua calmada que viaja por el río se pregunta algo cuando cae estrepitosa y repentinamente por ese inmenso pozo donde nada se salva. Quisiera ser como esos negros pájaros que hacen su nido en la pared rocosa de las cataratas y vuelan contra la corriente de aire que todo lo consume. Quisiera haber estado presente cuando estos suelos se abrieron para tragarse el universo.



El Tour de la Langosta