22 noviembre, 2006

Camino al Salar, la Dimensión Desconocida

El sur de Bolivia alberga una fotocopia de la superficie de otro planeta, el salar de Uyuni. Es pisar un suelo que te transporta a otra dimensión, es como haber volado años luz hacia un terreno ajeno al mundo.

Salimos con mi amigo Nadav y otros amigos suyos, Omer y su perro LOCO, Moran (niña) y Tal (también niña) a un recorrido de 4 días por los últimos paisajes que vería de Bolivia.
En un Jeep 4x4, Freddy y la cocinera Benita nos llevaron por escenarios extraordinarios poblados de flamingos y espacios para pensar. El objetivo final era llegar al salar de Uyuni pero lo importante no era llegar, lo importante era el camino.
Todo es extraño. Lagunas rojas, azules y blancas, pájaros inmensos de color naranja que caminan sobre el agua, rocas que se levantan como reyes, tierras que han absorbido miles de energías, cráteres que vomitan humos apestosos.

La mayor parte del tiempo la pasamos subidos en el carro, es irremediable, los caminos están inundados de rocas que volcanes expelieron miles de años atrás y tierra suelta que alguna vez hizo parte del aire. Se avanza lento y se respira tierra, pero se suspira todo el tiempo.
Después de 3 días de andar por caminos desérticos llegamos al salar de Uyuni.

El suelo de sal cubre un área que borra el horizonte. Bien podría parecer nieve pero es eso que le echamos al huevo todos los días lo que mancha la tierra. Estamos parados sobre un escenario lunático y sólo te dan ganas de salir a correr para estar todavía más sólo, todavía más feliz.
En mi ojos se han hecho huellas que jamás se borrarán, en mi historia ha quedado escrita una página que jamás arrancaré. He visto lo que jamás creí ver y ahora todo es posible.

Pero ya no quiero escribir, las imágenes me han callado y están a continuación para ustedes. (Las del final son sólo chiste).

¡¡No olviden hacer clic en los dos vínculos a continuación, están muy graciosos!!.

Video: ANDRES, TE AMO. (Mi amiga Tal, de Israel, hace gala de las palabras que sabe de español y que aprendió viendo novelas argentinas en su país).
http://www.youtube.com/watch?v=yrvy7ZQ81so

Video: TIERRA DE GIGANTES. (Yo fui el director).
http://www.youtube.com/watch?v=A7orKh6uytU

Video: PERSIGUIENDO LLAMITAS
http://www.youtube.com/watch?v=KRsx78fZM5o



Camino al Salar No.1



Camino al Salar No.2





Camino al Salar No.3





Camino al Salar No.4





En el salar al amanecer





Fotos en el Salar (¡Sin Photoshop!)





(Yo también hice el muñequito en plastilina)

Fotos en el Salar (¡Sin Photoshop!)






Potosi

Desde que inició su explotación luego de la conquista el cerro de Potosí se alimenta de hombres. Negros africanos, indígenas, mestizos y cholos han sido la comida de ésta montaña que no se cansa de tragar y la cuenta ya va en más de 7 millones.
Casi la población de Bogotá.

No me imagino cómo podría ser si un gigante enorme llegara a nuestra ciudad y uno por uno fuera engullendo bogotanos, incluyendo los niños. Esa es la historia de Potosí, la ciudad más alta del mundo y la que algún día fue la más poblada y rica del planeta.



En esta ciudad está un cerro que albergó alguna vez material suficiente para construir un puente de plata entre New York y Paris, pero hoy ya no es más que el pobre sustento de los mineros que aún se juegan la vida por alimentar a sus hijos y cumplir con una tradición a la que renunciarán el día que la montaña se los coma.


Quise ir a conocer la mina con otras personas que encontré en la ciudad, contratamos los servicios de una agencia, nos alistamos con casco, overol y linterna e iniciamos un recorrido por la cultura del minero boliviano.
La primera parada fue en el mercado para comprar un kit de regalo compuesto por hojas de coca, alcohol corriente, ceniza y tabaco y luego nos adentramos en el palacio de Satán, debajo de la tierra.
A unos metros de la entrada nos detuvimos para que el guía le diera algunos regalos al Tío, una estatua del diablo que vigila la mina con un pene gigante entre sus piernas. Así como la pacha mama es la diosa de lo que crece sobre la tierra el tío es el dios de lo que muere bajo ella.



Guardamos un momento de silencio y luego presenciamos con devoción un ritual en el que se le ofreció hojas de coca, un baño de alcohol y se le dio a fumar un cigarrillo. La estatua fumó y pudimos continuar, si no lo hubiera hecho habría sido un riesgo seguir pues esto es símbolo de desventura (como dato extraño les cuento que la niña que estaba a mi lado se quedó pasmada al darse cuenta que el número consecutivo de su cámara estaba en 666 cuando tomó la foto de la estatua).
Seguimos nuestro camino por un sendero oscuro de suelo encharcado y rieles de hierro. El aire pesado era difícil de respirar y se mezclaba con un polvillo molesto que se atascaba en nuestra nariz, creo que es el olor de las almas que se ha comido la mina.

Es increíble pensar que alguien pueda vivir en estas calles de muerte. Cruzamos huecos en la tierra, atravesamos pasadizos angostos y terminamos al lado de un minero de 53 años, uno en un millón pues todos mueren jóvenes en accidentes con explosivos o enfermos de silicosis, casi todos mueren de silicosis.


Don Lenin trabaja en la mina desde que tiene 12 años. En la mina han muerto su padre y su hermano pero el sigue trabajando como si la mina fuera su amiga, como si su destino ya estuviera escrito. Y lo está. Don Lenin debe completar cada semana 2 toneladas de material que le entregará al dueño de la mina para obtener su pago, más o menos 120 dólares mensuales luego de sacar la inversión en material explosivo, hojas de coca y alcohol para beber mezclado con agua cada vez que sus fuerzas se acaban.
Morirá en algunos días o en algunos años, pero no serán más de cinco.
Esa es la vida del minero, una vida que parece muerte.
Pero no todo es triste.


Hay una visión que se ha difundido en documentales y libros acerca de la miserable vida el minero que no es cierta. El minero trabaja en la mina porque su padre trabajó en la mina, porque su abuelo también lo hizo. El minero es orgulloso de ser minero, de quebrarse la espalda, de arder bajó la temperatura del infierno, es una tradición a la que es imposible renunciar.
Después de haber salido de ahí me quedó la sensación de que en realidad no hay que sentir pena por el minero, el eligió su realidad, así como a todos nos toca elegir la nuestra con las decisiones que tomamos con coraje cada día.


Sucre, las fotos pendientes.



20 noviembre, 2006

Mientras tanto

Estoy en un lugar donde no es tan fácil tener una buena velocidad para subir las fotografías, yendo hacia el sur de Bolivia las cosas se complican en cuanto a tecnología, pero mientras tanto, les cuento.

Salí de Santa Cruz y viajé hacia Sucre, la ciudad universitaria de Bolivia y la que alguna vez fue la cuna de la independencia y capital. Después de viajar toda la noche sin pegar los ojos llegué a las seis de la mañana y me fui a buscar hostal.
Hacía un frío de esos que te palidecen las mejillas y quería con urgencia un baño y una cama. Todo parecía muerto, como si una epidemia hubiera matado hasta a los perros y en todos los lugares que golpeaba o no me abrían o no tenían cupo.
Caminé y caminé y fue entonces cuando me ocurrió algo parecido a lo de ricitos de oro.

Encontré un hostal y empecé a timbrar, pero nadie abría. Fue entonces cuando empujé la puerta y noté que estaba abierta, entré y esperé a que alguien apareciera pero adentro no respiraba ni un alma. Estaba que me orinaba y deseaba de corazón poder dormir al menos unas horas así que entré al baño y luego a una habitación que encontré vacía y me acosté a dormir.

A las diez de la mañana me desperté y ya había algo de movimiento, fui a la recepción y una jovencita me saludó muy amablemente. Le expliqué que no había encontrado a nadie y que por eso me había acostado a dormir en la primera cama que encontré.
Ella me dijo que ya me había visto durmiendo pero que no quiso despertarme. La cama estaba ocupada para esa noche y era imposible darme alojamiento, de todas maneras no me cobrarían nada por dormir y por bañarme. A veces me sorprendo en éste país cuando encuentro gente tan amable que te ofrece cosas gratis y otras veces no te quieren regalar ni una bolsa plástica.

Estuve hasta las cuatro de la tarde en Sucre, en un ambiente en el que la altura me hace sentir en Bogotá. Mi Bogotá. Extraño a mi Bogotá así ruidosa y ordenada, llena de niñas lindas y lluvias torrenciales, con sus desplazados en los semáforos y sus huecos y sus alcantarillas destapadas, con sus trancones y su pico y placa, con su Garzón y sus bombas, con su vida agitada, sus corrientazos, sus Bogotá Beer Company y su Transmi, sus sirenas y sus locos. Sucre sólo me hizo recordar un poco el olor de mi Bogotá, para los que no conozcan otras ciudades de Suramérica aprovecho para decirles que vivimos en una de las mas modernas y ordenadas urbes del continente.

Pero bueno, volviendo al tema, no me pude quedar en Sucre, no había espacio para mi ni para mis recuerdos y salí en la tarde para Potosí, la ciudad más alta del mundo y la que alberga a la montaña que come hombres, el cerro de Potosí, donde han muerto más de seis millones de personas en las minas, pero eso, eso ya es otra historia.