11 noviembre, 2006

Oda a las Masitas

Oh masitas deliciosas,
que llenan mis mañanas de gordura,
Que aunque son muy baratas,
jamás alguna está dura.

Oh masitas bolivianas,
de arroz, maíz y yuca.
Si un día me despierto y no las como,
seguro me voy de nuca.

Oh masitas de sueño,
que hacen fácil mi comida
Si no las hubiera probado
consideraría mi vida perdida.

Las vueltas que da el mundo

Estudié con Juancho en el San Tarsicio y en realidad nunca fuimos grandes amigos, éramos sólo compañeros. Una semana antes de partir de Colombia tuvimos un contacto fortuito y obtuve su teléfono. Estaba viviendo en Santa Cruz.

En quinto de primaria me crucé durante un año con un sujeto que desapareció misteriosamente. Desde entonces Juan David Plata quedó en mi sutil memoria colegial y pasó a la historia como uno de los tantos compañeros que se aparecieron en mi camino.

Hoy a más de dos mil kilómetros de distancia de donde nos vimos por última vez y luego de casi quince años nos reencontramos en Santa Cruz.
Era extraño vernos nuevamente después de tanto tiempo, pero debo decir que más extraño fue para mí ser recibido como a un hermano.
En el tiempo que estuve en esa ciudad Juancho estuvo pendiente de que nada me faltara, de que gozara la ciudad. Me abrió las puertas de su casa y me acogió en su familia. Pasamos muy buenos momentos y ahora puedo decir que antes tenía un compañero, pero ahora tengo un gran amigo. Que linda es la vida que nos da la oportunidad de volver a la vida personas que se nos pasaron sin que lo notáramos para conocerlas y encariñarnos con ellas. Así es el mundo, lleno de vueltas, lleno de misterios, hoy estamos aquí y mañana podemos estar allá. Que bonito es que nada esté escrito.

Aquí los dejo con las fotos de mi amigo y su familia.

Juancho, muchas gracias, de verdad.


Juancho con su linda hija Sarita.


Aquí con Juancho, su esposa Vivi (de Uruguay) y Sarita.
Sarita, una niña con angel.

Santa Cruz, Santa Parranda

Santa Cruz es una ciudad que perfectamente puede estar de fiesta cualquier día. Pero la fiesta no está en los bares o boliches. La fiesta está en las calles. Y tal vez no sea una fiesta. Chiquillos de treinta años hacia abajo salen en sus autos o los autos de sus padres para estacionarse en las calles a beber.
Creo que no importa si estás bien perdido o si eres muy inteligente, importa si tu auto es deportivo y el sonido de tus parlantes pisotea la música del carro vecino. Importa la compañía, que se consigue de mejor calidad dependiendo también del modelo del auto. Es por ello que a las niñas más lindas las ves medio borrachas con su trasero sobre la cajuela de los carros más lindos. Es una especie de correspondencia. Lo similar se atrae.
No voy a negar que disfruté del espectáculo, que mi ciudad ya está bastante reglamentada y es imposible ver eso en Bogotá. Que las niñas, por más pequeñas, tienen igual piernas interminables, que ves caras muy lindas, que la mezcla de brasileras con mestizas ha resultado en musas, pero que a veces el espectáculo puede oler a perdición y que jamás me gustaría tener una hija con 16 años pavoneándose ebria por una calle cubierta de vidrios. Lo único que se rompe aquí no son botellas.

No estuve ajeno al asunto al fin y al cabo. Me fui un sábado de rumba electrónica hasta el amanecer. Nunca había estado en algo parecido y no estoy seguro de repetirlo. Si lo deseas puedes ver y probar de todo, pero a la larga, creo que como dice Fito, la droga más dura es la soledad.






Un pedazo de la fiesta en:

http://www.youtube.com/watch?v=YVtdtc_Redo

Cambas y Koyas, la triste historia de un país dividido.

Santa Cruz es la segunda ciudad más importante de Bolivia, el polo opuesto de La Paz y el lugar exacto para entender la división que existe entre la población boliviana.
Hay unos individuos que han nacido en la montaña, en el frío, y se les llama Koyas, hay otros que nacieron en el llano, en el calor, y eso los hizo Cambas.
Según dicen, los Koyas son tontos y cerrados, no les gustan los cambios ni progresar, hablan feo y tienen cara de indios. No saben más que protestar.
Según dicen, los Koyas son introvertidos y cultos, buenos trabajadores y amables.
Según dicen, los Cambas son vagos, fiesteros, toma trago, envidiosos y elitistas.
Según dicen, los Cambas son abiertos y astutos, buenos negociantes, vanguardistas.

Santa Cruz, donde viven los Cambas, es aparentemente rica, La Paz, donde viven los Koyas, es aparentemente pobre. En Santa Cruz encuentras a las mujeres más lindas, en La Paz a las mujeres más tristes. En Santa Cruz encuentras a la gente mas light, y en La Paz a la gente más profunda.

En fin.
En Bolivia encuentras, como en todos los lugares, gente linda y gente no tan linda, pero al fin y al cabo gente. Gente que podría trabajar unida para salir adelante, gente que podría destruir esas barreras de odio y lucha que han construido con bloques de egoísmo.
Este país con su belleza y sus recursos podría escribir una historia de triunfo, pero a este paso no podrá ser más que la historia del país con menos esperanza de Suramérica.

Y a propósito, ¿Qué irán a hacer con un presidente que insiste en profundizar las diferencias?


Mejor los dejo con algunas fotos más amenas de Santa Cruz, algunas de ellas en el zoológico.

Catedral de Santa Cruz.

¿El hombre domina al animal?
Este sujeto vive en Bolivia, no se si es Koya o Camba, pero se que no debería estar aquí.
Uno igualito vi en la selva, uno igualito está aqui. Muy muy triste.El único animal libre.


En mi visita al Zoológico de Santa Cruz se me metió uno de los piojos más grande que he visto jamás. Quieres verlo??

Haz clic aquí:

http://www.youtube.com/watch?v=5JqP-VcpCkA

En el cielo...




El Tour de la Langosta

Volando

Me subí a la avioneta y a mi lado se acomodó una maleta y un sujeto alto al que las rodillas le pegaban contra el espaldar de la silla de adelante. Eramos 5 adultos y un bebé. Ya no cabía otra alma en la pequeña aeronave. Yo estaba con susto.

Esperé durante seis horas al bus que debía recogerme a la media noche en Rurrenabaque y finalmente a las 6 de la mañana me avisaron que el bus había llegado. Salí con mi mochila, la ropa del día anterior y el sueño atrasado. Me subí al bus y comenzamos a andar. Al medio día nos bajamos para almorzar y cuando iba a subir de nuevo, me enteré que el conductor planeaba dejarnos allí esperando mientras iba hasta otro pueblo a cuatro horas de allí donde un bus se había varado dejando a 20 personas en medio de la nada sin comida y sin bebida.

Nos rehusamos a ser abandonados en el restaurante, también en medio de la nada, y nos subimos al bus dispuestos a no dejar ir al conductor. No le quedó más remedio que encender el motor y seguir la ruta.

Cuatro horas después encontramos un camino que alguna vez fue de tierra y ahora era de agua. Nos vimos obligados a bajarnos del bus que ya estaba perpendicular a la vía. El conductor aceleraba y mientras más lo hacía la cola del bus se iba de lado y terminaba atravesado en la carretera. Comenzamos a caminar mientras el conductor y su ayudante se las veían para sacar el vehículo de una pista de barro jabonoso y sucio que parecía tragarse cuanta cosa pasara sobre ella, incluyendo nuestros tenis por supuesto.




Anduvimos sólo un poco y el bus nos alcanzó, subimos y treinta minutos después estábamos nuevamente en tierra con nuestros zapatos de plataforma resbalosa. La transmisión se había dañado y ya iba a oscurecer. Tocaba esperar.



A las siete de la noche, luego de 2 horas a merced de los mosquitos selváticos y hambrientos pudimos continuar el camino. Llegamos a eso de las 10 de la noche a un pueblo llamado San Ignacio de los Moxos y allí decidí pasar la noche. El bus partió sin mí hacia Trinidad a las siete de la mañana del día siguiente.
No me preocupó mucho pues había oído que la carretera posiblemente estaba cerrada por el invierno y nada haría si salía de nuevo en el bus patinador y me quedaba otra vez atascado en la selva, al menos allí tenía comida y un poco de ganas de ocio. En la mañana recorrí en cinco minutos el pueblo con cuatro esquinas y comencé a averiguar por la forma para salir de allí. La respuesta era volar pues según las transportadoras el bus de la mañana se lo había ingerido la selva. No saldrían más buses.

Me subí en la avioneta con los pelos de punta y asombrado pude ver que ese pequeño pedazo de fibra de vidrio con motor se remontó por los aires tan fácil como vuela un mosquito. Desde la ventana pude ver los buses atascados en el camino y agradecí estar allá arriba, un poco más cerca del cielo, muy lejos del desorden.
Llegué a Trinidad y allí tomé un bus toda la noche a Sta Cruz, pero eso ya es otra historia.



Quieres ver un video del bus derrapando?

Haz clic a continuación:

http://www.youtube.com/watch?v=8xYh1DUPVxQ