30 septiembre, 2006

¿Aún están ahí?

Hace 7 días comencé a viajar con mi padre.
Terminó de trabajar en Lima un día a las seis de la tarde y de inmediato buscamos un bus para ir a Cusco, pero era muy tarde.
Los últimos buses directos habían salido cuatro horas antes y la única opción que quedaba era viajar 16 horas hasta Arequipa, hacer una escala de 5 horas y tomar otro bus para Cusco.

No quedaba otra salida.

Partimos a las 10 de la noche en un bus del que compramos los últimos 2 puestos que quedaban libres. Al lado del baño.
El bus salió sin contratiempos y sólo fue hasta la media noche cuando nos despertó un olor nauseabundo que no nos dejaba respirar. Alguien había entrado al baño y era el primero de casi 40 pasajeros que hacía uso del “servicio higiénico” (Que así llaman en Ecuador y Perú al baño identificándolo con una doble s y h: S.S:H.H). Durante toda la noche tratamos infructuosamente de cubrirnos la nariz con las prendas que traíamos a la mano, pero todo fue en vano. Pasamos 16 horas atrapados en un bus compartiendo nuestra primera noche de viaje con los apestosos deshechos de otros seres humanos.

Llegamos a Arequipa a la una de la tarde del día siguiente para luego tomar otro bus que prometía ser directo hasta Cuzco por 11 horas, sumando un total de 27 horas viajando.
Las últimas horas fueron impresionantes, gente sentada en los pasillos de un vehículo que se detenía cada 30 o 60 minutos, niños que lloraban de calor o de hambre y un aire que se volvía cada vez más pesado. A las seis de la mañana llegamos a Cusco tratando de sonreír para disimular el cansancio y asumir con algo de valor la primera experiencia de viaje.

Era como si todo se hubiera confabulado para que mi papá recibiera una de las más grandes pruebas de fortaleza antes de iniciar nuestro paseo, y hay que reconocer que mi valiente papá aprobó el examen porque en todo el camino sólo se quejó un par de veces, las mínimas de rigor.
Llegamos al hostal y nos reímos un rato de lo que había ocurrido, luego nos quedamos profundamente dormidos.

Con frecuencia guardamos en nuestra memoria los olores que relacionamos con experiencias agradables y desagradables. En mi mente guardo con cariño el olor a moho y humedad que me devuelve a mis paseos de la niñez en La Florida (Cundinamarca por supuesto), guardo el olor a neftalina con que mi abuela empapaba sus vestidos para evitar las polillas, y conservo también un olor dulzón de vainilla e incienso que se desprende de los libros que me encerraba a leer por días enteros en el estudio de la casa de campo de mis padres. Ahora la cuestión es si el terrible olor que aspiré durante tantas horas lo relacionaré a un evento negativo hasta mi muerte o si por el contrario dentro de unos años cuando llegue a mí el mismo aroma pestilente sentiré que me devuelvo a éstos maravillosos días en los que la vida nos dio la oportunidad de encontrarnos a mi padre y a mí lejos del mundo, pero muy cerca de la realidad.

¿Aún están ahí?

24 septiembre, 2006

En Lima... de nuevo.

Aquí con el equipo de Nature's Sunshine de Perú y mi papá que va a viajar conmigo por 15 días hasta Bolivia.


La noche de despedida en Lima, cortesía de Efraín (En la foto) de NSP. ¡¡La ciudad desde otro punto de vista!!


No recuerdo cómo se llama...

Con mi papá en Arequipa. Viajamos durante toda la noche y parte del día (16 horas) y en un rato volvemos a tomar otro bus hacia Cusco.