19 agosto, 2006

Despedida, ceniza y un poco más de ceniza.

Desperté la mañana del jueves y empaqué mi maleta cuidando de dejar por fuera una carta de despedida para mi amigo Koji y un leve malestar por la separación luego de 45 días en que estuvimos juntos compartiendo trabajo, historias de miedo, aviones de papel y huevos de mariposa.

En la carta le decía que me sentía muy afortunado por haber contado con un maestro de tanta experiencia en el arte de viajar. En los días que compartimos, Koji se encargó de prepararme para el camino.

Koji me enseñó a capturar un poco de la belleza del mundo, a dominar el miedo de montarme en un bus sin destino, a ubicar lugares plagados de sonrisas, a descubrir gente interesante, a elegir el mejor lugar para dormir y a no esperar nada de ningún lugar.

Abandoné a mi amigo y me subí en el bus cargando en mi morral la esperanza de volverlo a ver muy pronto. Antes de salir del pueblo la pareja de alemanes se subió y me contó de la explosión del volcán, una situación que cambiaba mis planes por completo.

Yo iba a Riobamba para hacer un tour en un tren que pasaba por la Nariz del Diablo, un lugar con precipicios del que mucha gente me había hablado. Sin embargo ahora mis planes cambiaban ante la imposibilidad de llegar pues la lava había destruido la carretera que comunicaba al oriente con el centro del país.
Tenía que ir hasta Quito y de allí tomar otro bus de regreso.
Podría ser mala suerte tener que hacer un viaje tan largo para llegar a mi destino, pero en realidad era una gran suerte ya no estar en Baños de Agua Santa pues allí la gente había quedado atrapada entre la ceniza y sus montañas.

Decidí ir hasta Quito hacia donde también se dirigían Nadine y Michael. Antes de llegar al Terminal encendí mi radio portátil y escuché las noticias, pero la situación era más grave de lo que pensaba, Riobamba también estaba cubierto por las cenizas a causa de la explosión del volcán Tungurahua, una emisión que era 10 veces más fuerte de la registrada hacía 3 semanas.

Desde 1.918 la montaña no se había enfurecido tanto.

Decidí quedarme en Quito esa noche. En el Terminal tomamos un taxi compartido y cuando llegamos al hostal nos informaron que sólo había una habitación con 4 camas. Si deseábamos quedarnos tendríamos que dormir bajo el mismo techo.
De inmediato le dije a la pareja de alemanes que aceptaran la habitación y que yo buscaría otro lugar, a lo que ellos respondieron que no veían problema en que nos quedáramos juntos. Me sorprendí porque en realidad no nos conocíamos mucho, y también, porque luego de organizarnos me invitaron a comer. Allí tuvimos más tiempo para conversar. Me enteré que yo era 3 años mayor que ellos, que no les gustaba el estilo de vida cerrado y conformista de Alemania, y que habían aprendido a valorar lo que tenían mientras veían la pobreza de algunos lugares de Suramérica. Eran grandes personas.

A la mañana siguiente me despedí, pero antes de salir quisieron que anotara sus correos para que pudiera contarles como me iba en el camino.
Llegué al Terminal donde tomé un bus a Riobamba, no sin preguntar si la situación era normal, pero la respuesta fue siempre positiva, aparentemente las vías ya estaban abiertas.

Después de casi dos horas de camino el paisaje cambió. Los hermosos tonos verdes y la variedad de plantas de la que tanto había hablado en el blog estaba ahora sepultados bajo capas de ceniza. Todo era gris, todo era triste.
Para cuando llegué a Riobamba ya no se trataba de capas de ceniza, ahora eran montañas.

La gente había armado barricadas de palos y piedras para no permitir que los vehículos pasaran por las calles levantando la ceniza que enrojecería los ojos de sus hijos y contaminaría sus hogares. En una ocasión estuvieron a punto de lanzarle piedras al bus que trataba de evadir sus primitivos controles y el conductor tuvo que bajar a mediar para poder continuar intactos. Finalmente el bus ya no anduvo más y nos tocó bajarnos para caminar hacia el Terminal.

Unos minutos después de bajar una niña pasó vendiendo tapabocas, compré uno por 25 centavos y seguí caminando. Mientras avanzaba, cientos de personas en las aceras trataban casi infructuosamente de barrer, levantaban nubes que alimentaban la oscuridad del cielo y cuando aún me faltaban unas cuadras para llegar, encontré un oasis en el desierto: Un local abierto y empolvado de Yogurt Persa. (Una tienda de pan de yucas y yogurt que frecuentábamos en Guayaquil).
Cuando entré la mujer que atendía me sonrío y me dijo que se acordaba de mí, que yo siempre iba a Guayaquil y pedía yogurt sin azúcar. Otra vez el universo me recordaba que le gusta dar vueltas. En medio de esa confusión había alguien que me conocía.

Almorcé y luego esperé tres horas para abandonar Riobamba con dirección a Cuenca. Cualquier cosa era mejor que permanecer en el desastre sin poder hacer nada para remediarlo. Ojala que un día todo lo que está hoy cubierto por cenizas vuelva a brillar así como brillaban las caras de los niños refugiados del volcán el día que hicimos pingüinos de plastilina.

Hoy estoy en Cuenca, pero eso ya hará parte de otra historia.

Paisaje de Ceniza



Montañas de Ceniza

Pequeña barricada.

Camino al Terminal.

Fotos de Ceniza

Bon Ice de Ceniza


Nubes Grises

Un poco más de ceniza...

Jumanji

El día que abandonábamos Baños de Agua Santa, justo antes de salir del hotel, el dueño nos preguntó hacia donde íbamos y le contamos que íbamos a Puyo. Hizo mala cara y mientras sacaba un álbum de fotos dijo que Puyo no era bonito, que deberíamos ir a un pueblo que quedaba un poco mas lejos, se llamaba Misahuallí. Nos mostró algunas imágenes y sin pensarlo demasiado nos encaminamos hacia éste pueblo situado en la boca de la selva oriental ecuatoriana, justo antes de la selva amazónica.

Recorrimos 2 horas en carretera de asfalto y otras 2 en una carretera pavimentada con tierra, colores y piedras.
En el camino subió al bus una pareja de turistas alemanes, yo los vi y ellos me vieron, pero en ese momento sentí pena de saludar. Luego el tiempo se encargaría de recordarme que siempre hay que ser amable con toda la gente, porque a veces conocemos personas que creemos, no tienen nada en común con nosotros, y aunque juramos que no hacen parte de nuestro planeta, luego aparecen para recordarnos que hacemos parte de la unidad, de un equilibrio en el que todos nos servimos de todos. Ahí estaban ellos sentados y yo mudo, pero en unas cuantas horas me acompañarían en un tour por la selva, y en unos cuantos días me tenderían su mano en una de esas extrañas vueltas con que Dios condimenta nuestra vida.

Al fin, llegamos a Misahuallí.

Encontramos un buen hotel y luego de instalarme salí por una de las 4 cuadras que componen el pueblo y fue entonces cuando me alegré profundamente por la decisión de ir a ese lugar, había monitos regados por todo el parque central. Tomando Coca-Cola, robando frutas, jugando en las bancas, burlándose de la vida.

Aunque me gusta visitar los zoológicos para conocer animales, creo que prefiero verlos así, cuando en sus ojos no están reflejados los barrotes. La gente del lugar parece vivir un infierno evitando por todos los medios que estos lejanos antepasados hurten lo poco que tienen, pero es divertido ver como pelean las personas con los monos y como juegan los monos con los perros.

Ese día, antes de caer la noche, buscamos un tour por la selva.
Necesitábamos al menos de otras 2 personas para obtener un buen precio y fue entonces cuando apareció la pareja de alemanes y se unió al tour. Unos minutos después una pareja de holandeses llegó para completar un grupo de 6 personas y con ello obtuvimos un buen precio para un recorrido en lancha por el río Napo, una caminata de 5 horas en la selva y una entrada al albergue de protección de animales.

El viaje se organizó para el día siguiente y nos citamos antes de las 8 am para alcanzar a cumplir con el itinerario. Partimos muy temprano no sin antes calzarnos unas botas de caucho incluidas en el tour. El fuerte olor que quedaría en nuestros pies al finalizar el día era completamente gratis.

En el camino cayó una fuerte lluvia que el guía solucionó cortando grandes hojas de plátano que nos servían de sombrillas, luego el clima estuvo a nuestro favor y nos permitió hacer una caminata tranquila fotografiando mariposas, flores y árboles centenarios, siempre con el pesar de no poder capturar el olor de la selva virgen, el canto de las alas de las aves, el arrullo de las gotas de lluvia y la danza de las hormigas Conga.
Antes de regresar hicimos una parada donde se albergan animales que captura la policía en el tráfico de animales. En éste seudo-zoológico conviven voluntarios extranjeros dedicados a la curación, alimentación y cuidado de los animales, es tan agradable el ambiente que se vive, que por varios momentos desee quedarme allí para ayudarles.
Mientras más avanza el viaje me hago más consciente de lo mal que tratamos a nuestro mundo, y la gran abundancia que el se empeña en ofrecernos.

Llegamos nuevamente a Misahullí al caer la tarde, compartimos una comida entre nuevos amigos y luego nos despedimos aparentemente para siempre.

En la madrugada erupcionó el volcán Tungurahua para cambiar mi ruta y la vida de miles de personas en las inmediaciones de Baños de Agua Santa, el lugar donde habíamos estado dos días antes, y Riobamba, el lugar al que iría la mañana siguiente.


Jumanji

Un monito del albergue de animales.


Un monito tomando Coca-Cola. Es un poco triste, pero también un poco divertido.

Aquí sentados en la banca... ¿Y cuál es el mono?

Fotos de la Selva en Misahuallí

Junto con el desayuno también te sirven un rociador de agua para que espantes a los monitos que llegan a robarte.



Paisaje en la Selva...


Atardecer al finalizar el tour.

Aquí está el grupo expedicionario.

14 agosto, 2006

Un Baño Santo después de Guayaquil

Dejamos Guayaquil y tomamos rumbo a un pueblo que se llama Baños de Agua Santa, creo que el nombre se lo dieron porque son populares sus baños, pero tengo que decir que Baños es mucho más que aguas termales.

El camino es emocionante. Por la ventana ves como la vegetación se comienza a mezclar en las montañas y miles de tonos verdes de distintas texturas se amontonan formando grandes pasteles demasiado decorados como los que ves en cualquier vitrina de panadería ecuatoriana.

Si te sientas en la parte de adelante del bus puedes sentir la mano de una mujer indígena que se agarra de tu pierna para no caerse mientras al mismo tiempo cabecea quedándose dormida. A tu lado por un corredor en el que se rompen todas las leyes físicas del espacio ves desfilar pollos en costales, CDs, maní, agua, empanadas, pinchos, arroz chino y jugos en bolsa. Pero no te puedes distraer con lo que hay adentro, porque si te descuidas puedes perderte los mercados con cientos de frutas de colores que te sonríen para recordarte que hay una gran abundancia en la aparente pobreza de Suramérica.

Después de 7 horas de recorrido y media hora en que esperamos que el conductor almorzara en un pueblo olvidado, llegamos a Baños en una noche que sirvió de papel regalo para el obsequio que recibiríamos a la mañana siguiente.

Me levanté y apenas salí de la habitación me encontré rodeado de inmensas montañas con las que sentí estar en el cráter de un volcán, murallas que hacen imposible la huída.

Pasamos 5 días en éste paraíso que te asusta porque te roba las ganas de viajar. Para la muestra están varios extranjeros que llevan años viviendo allí, montando restaurantes y hostales excelentes como en los que dormimos y comimos, tal vez los mejores en los que he estado desde que salí.

Hemos salido a caminar sin rumbo, hemos subido a buses sin destino y hemos aprendido nuevas lenguas. En los recorridos hicimos pingüinos de plastilina con 6 niños refugiados del volcán Tungurahua, aprendimos a decir algunas palabras en Kichua (el dialecto de los indígenas ecuatorianos de la sierra), volamos sobre cascadas en carritos de metal, fotografiamos flores y mariposas, descubrimos el lugar donde nace el arco iris, cantamos canciones japonesas y tomamos un buen baño termal.

Mañana nos vamos para Puyo, en el oriente donde comienza la selva, allí estaremos 2 días y regresaremos para finalmente separarnos. Koji va para Quito (hacia el norte) y yo iré para Riobamba (hacia el sur).

Me voy pero algún día tendré que regresar a éste paraíso que algún día estuvo perdido para fortuna de nuestros antepasados, pero que ahora está expuesto para fortuna mía y de todos los turistas que visitan Baños de Agua Santa.

Ahora los dejo entonces con las fotos.


Bienvenidos a Baños...


Cenizas del volcán Tungurahua (el volcán casi siempre está cubierto de nubes pero la mancha gris que se ve, son cenizas del volcán).


Amanecer en Baños de Agua Santa el primer día.

Atardecer en Baños.

Restaurante Casa Hood. Propiedad de un extranjero de nombre Ray Hood (uno de los que no pudo salir de aquí desde 1993), éste restaurante es un lugar acojedor donde puedes ver peliculas, leer y cambiar libros, tomar un delicioso té de gengibre y comer alimentos bien servidos y preparados a un muy buen precio.

Fotos Baños No. 2

El nuevo logo del Tour de la Langosta. Devorando Caminos. Esta es una de las camisetas.

Aquí con unos niños que encontramos en el camino y que nos llevaron a conocer un río. Es increíble lo educados que son los niños de la sierra.

Estos son 4 de los 6 niños refugiados del volcán que aún están en Baños. Con ellos también hicimos el pingüino de plastilina.

Aquí, el arco iris que apareció un día en que creímos estar perdidos.

Fotos Baños No. 3

Cascada Inés María, desde muy arriba. Alrededor de Baños hay ríos y cañones a cada kilómetro. Ecuador ha sido una gran sorpresa.

En la Cascada Inés María.

En un columpio que encontramos mientras caminábamos por el bosque.

Sentado a la orilla de la carretera.

Cascada El Velo de la Novia. A la derecha de la foto se alcanza a ver un pequeño carro rojo de metal que usamos para pasar al otro lado.

Fotos Baños No. 4

La Cascada del Pailón del Diablo vista desde arriba...

En el puente frente a la Cascada del Pailón del Diablo.

Natsu

Unos días antes de abandonar Guayaquil encontramos a una linda japonesa en nuestro mismo hotel. Se llamaba Natsu.
Natsu es una mujer menudita y valiente, tiene mi edad y hace 2 semanas salió de su país dejándolo todo para conocer Suramérica. Digo que es valiente porque no sabe hablar español y en Guayaquil nadie se toma el tiempo de esperar a que ella entienda algo, todos la gritan y dan por hecho que ella comprende, Natsu sólo sonríe y hace la venia propia de su cultura.

Hace más de 6 días fuimos con Koji a dejarla en el Terminal de Guayaquil camino a Puerto López para ir a conocer las ballenas, así pequeña como es, se veía muy sola.

Cuando estaba a punto de subir al bus, se detuvo y se demoró buscando algo mientras el acompañante del conductor la llamaba en español costeño y confuso para que se apresurara, el bus ya iba a partir. Koji y yo tratábamos de apurarla pero ella insistía en que debía encontrar algo que había perdido. Al fin sacó un par de postales que nos entregó a cada uno en agradecimiento por nuestra compañía, pero en realidad, creo que nosotros estábamos más agradecidos por haberla encontrado.

Ahora sólo espero que no le pase nada y que algún día la pueda volver a ver.

En este viaje hay una constante, es una sensación agridulce que te deja el conocer personas muy especiales para luego recordar que de pronto no las volverás a ver.

Algún día espero volver a encontrar a:
- Peggy, Guillermo y Alfredo (Directores de las escuelas de la Fundación Sai Baba).
- Marcela (Una colombiana organizadora de la feria del libro y que nos ayudó muchísimo).
- Wilson (Un empleado de Nature’s Sunshine en Guayaquil que nos sirvió de principio a fin).
- Ayelen, una niña de Guayaquil que conocimos en la feria y que nos puso en contacto con la feria de comic a la que asistimos después.
- Todos los niños que hicieron pingüinos de plastilina.

Y estos son sólo algunos, los que recuerdo en éste instante, seres que tocan tu vida para volverla más hermosa.