13 junio, 2006

Haciendo los últimos arreglos




Hace algunos días en una reunión familiar un pariente me hizo una advertencia cuando le conté del viaje, - Ten mucho cuidado, no confíes en nadie, no confíes en las personas, sólo confía en Dios -. No puedo negar que me asombré un poco con la advertencia porque suelo confiar mucho en las personas y ayer mientras hacía varios de los arreglos para poder irme, encontré una respuesta.

Vendí carro a un hombre bueno, honesto y amable, que apareció de la nada, que me pagó el precio justo, que cumplió con todos los trámites y que tiene una mujer a la que mima todo el tiempo y 2 niños a los que lo vi consentir varias veces.

Hice autenticación de firmas en una registraduría en la que una niña con uniforme de colegio me regaló dos dulces en el momento de pagar.

El traspaso del carro lo hizo un hombre muy gracioso, humilde y entrado en años al que llamaban “frijolito” y que me llamaba “campeón” y a mi mamá “gran dama”.

Saqué mi RUT en un lugar en el una señora vigilante me hizo recoger del piso una ficha de turno arrugada y pisoteada que me permitió hacer un trámite que me llevaría 3 horas, en sólo 5 minutos.

En la estación de gasolina el bombero me regaló 2 tiquetes de raspa y gana por tanquear con $20.000 cuando en realidad sólo entregan uno por cada $30.000.

La administradora del edificio donde vivo me recibió el pago de la administración sin cobrarme recargo a pesar de que yo había olvidado pagar días antes.

En la noche antes de irme a dormir, además de darme cuenta que había alcanzado a hacer todas las diligencias, me di cuenta que es imposible no confiar en las personas y confiar en Dios.
Porque independientemente de la idea propia y particular que tengo del universo y de la vida, Dios se muestra siempre a través de todas las personas.