27 mayo, 2006

¿Dónde está la Abuelita?


-Yo llegué a Bogotá cuando tenía 14 años y de esto no existía ni el cuento- decía hoy mi abuelita Helena mientras miraba desde afuera el nuevo Centro Comercial Santafé.
Hoy sábado cuando iba saliendo de mi apartamento se me ocurrió decirle que me acompañara y después de unas horas de compartir con ella, caí en cuenta que algunas veces había ido a visitarla, pero nunca le había pedido que saliera conmigo a pasear, y mucho menos, de compras a un centro comercial.
Cuando le pregunté si quería ir, ella me respondió con otra pregunta, -¿y si estoy bien vestida?- y el botón del sagrado corazón de Jesús en su pecho me hizo una mueca, -espere me pongo los zapatos-.
Cuando íbamos caminando de la mano por los pasillos atestados de gente que ya no sale a caminar al campo, yo iba de la mano de mi abuelita, una manito cálida y blanca, una manito que faltando sólo unos días para mi viaje quise aferrar muy fuerte.

-Tanta bregadera para acabar todos muerticos-, dijo mientras íbamos en el carro en medio de un trancón de personas sumergidas en la ciudad, y me dio risa que dijera con tan poca trascendencia algo que me habría gustado escribir con letras de oro en la puerta de mi oficina.
Recorriendo las distintas plazas del Santafé, caminé con ella de la plaza Perú a la plaza Boliva, y de la plaza Colombia a la Plaza Ecuador, y mientras eso ocurría estaba seguro de que llevaría en mi corazón a mi abuelita, porque ella aún tiene miedo de subir por las escaleras eléctricas y no entiende por qué le colocan un pedazo de plástico a la ropa para evitar que se la roben, porque ella habla con todos los extraños como quien está seguro que todas las almas son tan blancas como la suya.
Y desearía a su edad poder conservar esa ingenuidad con que me pide que la lleve a comer un helado de ron con pasas, desearía a mi edad caminar tan despacio como ella lo hace.

Más tarde cuando estábamos en el Éxito, de pronto en el altavoz comenzó a sonar una voz que repetía muy rápido -Dónde está la bolita, dónde está la bolita-, y a mi me parecía que decía -¡Dónde está la abuelita, dónde está la abuelita!-, y tuve en ese instante la fortuna de apretar mi mano y sentirla a mi lado, pero creo que esperé demasiado para eso, desde hace tiempo que sabía donde encontrar a mi abuelita, pero nunca la había llevado conmigo.

22 mayo, 2006

¡¡Gracias a los Animadores del Tour y de la prosa!!

Algunas personas han hecho comentarios aquí, otras me han llamado y otras me envían palabras por el Messenger. Algunos me han hecho críticas que siempre serán bien recibidas y otros me han animado a que siga haciendo una de las cosas que no creo que haga bien: Escribir.

Es chévere escribir de cosas bonitas, de la felicidad, de la vida, de los viajes, pero en realidad no entiendo por qué es más chévere escribir del dolor, de la rabia y de las cosas que no comprendemos. Siempre son las canciones de pena las que cantamos con más sentimiento.

Gracias a las penas, si es por las penas que podemos derramar palabras con el mismo sentimiento que se nos caen las lágrimas.
El dolor, así como la contaminación, nos asfixia y nos enferma, pero también hace que en la tarde el cielo se vea más bonito.
Hoy no hay penas, ni lágrimas, ni dolor, ni siquiera hay muchas palabras, es sólo el sonido de mis dedos que se estrellan contra éste teclado cada vez que siento ganas de estar solo.

Gracias a mi amiga Isabel que me acompaña en la terapia de escribir para sanar, sonreír y vivir.

21 mayo, 2006

Empacando y Desempacando

En mi armario guardo algunas cajas en las que he ido colocando recuerdos de las distintas etapas de mi vida. Hoy mientras hacía la limpieza para revisar qué debía botar y qué quería conservar antes de viajar, encontré un cuaderno de planas de primero de primaria, un corazón de cristal que alguien me regaló para colgarlo en mi pecho cuando se me rompiera el mío, una piedra amarilla con un “te amo” escrito en marcador, un cuaderno de espiral con apuntes del ejército, un sobrecito de azúcar de los estudios Universal, un caballito de mar de la excursión de 11, una billetera vieja, un trabajo de sociología con una anotación especial del profesor, videos de comerciales hechos en la universidad y un millón de recuerdos que llegaron a mi en un instante en el que es más fácil llevar liviano el equipaje.

Pensando en las cosas que todavía no me animo a botar y que tomé nuevamente para meterlas de regreso al armario, y las que a pesar de desechar, aún siguen presentes en algún rincón de mi corazón, creo que miramos distinto el mundo cuando estamos decididos a dejarlo todo.

Fue muy fácil botar fotocopias y lecturas que guardaba para leer algún día, listados de fechas de cumpleaños de compañeros del colegio que nunca llamaré a felicitar, folletos de seminarios que hice alguna vez, aparatos electrónicos obsoletos o dañados, cables que alguna vez se cruzaron y que nunca desaté, fotos donde me acompañaban personas que no estaban haciendo buena cara y mapas de ciudades a las que no regresaré.

Conservé mis carnets del colegio y unos carritos de juguete para que nunca se me olvide que alguna vez fuí un niño, una foto de mi hermanita con una linda mueca sonriente para recordar que debo escucharla, entenderla y reír más con ella, una placa de premiación de un concurso de oratoria para tener presente que un día me reconocieron por querer ser profundamente fiel a mi mismo y un premio de disciplina que me entregaron en el año 86 para no olvidar que llevo más de 20 años tratando de hacer lo correcto.

Estar en contacto con el pasado a través de objetos es importante para volver a ver lo que vivimos y aprendimos, para recordar cómo éramos y en qué nos hemos convertido. Pero también es importante para darnos cuenta de lo aferrados que estamos al mundo, a las personas que nos han acompañado y a las que se fueron.
De cualquier forma, lo que es cierto es que hay cosas que aún quiero seguir cargando y que en lugar de dar peso a mi equipaje le han dado alas a mi vida. Entre ellas están mi país, mi familia, mis amigos, mi jefe, mi música y el aroma de las mujeres que alguna vez me han regalado un beso.