21 agosto, 2014

Gris

Los vecinos salen todos juntos y se sientan en las escaleras del edificio. En pijama, o lo que en Israel se llama pijama, un revuelto de ropas que ya no se usan para salir a la calle, pero en estado aceptable para dormir con ellas. En circunstancias normales no habría ninguna razón para ver a mis vecinas en pantaloncitos cortos y raídos, o panzas desnudas, peludas y brillantes a menos de 1 metro de mi.
Siento un poco de vergüenza y miro al suelo, esperando a que la alarma deje de sonar y luego todos juntos honramos al santo bum, que cuando  llega nos hace soltar alguna exclamación que ya hace parte de la rutina, -¡Wow! ésta vez fue grande. - Se escuchó lejos, no, se escuchó cerca. -Uno, dos, tres, cuatro. Alguien cuenta la secuencia de explosiones.
Hace unos días escuchamos en las noticias que a partir de las 9 de la noche del sábado, Hamas pondría a prueba a la cúpula de hierro y lanzaría cohetes sobre todo Israel. Incluso pusieron un reloj de cuenta regresiva en su emisión "nacional" para darle un poco de misterio al asunto.
Me puse las sandalias, sintonicé en mi teléfono la emisora que transmite los lanzamientos y esperé. A las 9 en punto sonó la alarma y salí con Morán a las escaleras junto con los vecinos. Esta vez no quería escucharlos, quería seguir el desarrollo de la noticia y comencé a oír los nombres de las ciudades hacia donde iban lanzando los cohetes, acercándose poco a poco a la mía.
Cuando niño tenía una pesadilla recurrente. Voy caminando con mi mamá y de pronto todo el mundo sale a correr asustado, mi mamá en medio del pánico me deja abandonado en la puerta de un edificio. Viene un gigante, un monstruo al que todos temen y una mujer con un saco amarillo de lana me toma de la mano, me lleva arrastra hacia arriba, y nos escondemos en una habitación bajo la cama. Allí, en la oscuridad escuchamos los pasos de la criatura subiendo por las escaleras de madera que crujen a su paso. Y con cada paso mi temor se vuelve más y más insoportable.
Ashdod, Ashkelon, Rishon Le Tzion, Tel Aviv, Ramat Gan, señal que el monstruo ha tocado a mi puerta, pero al igual que en la pesadilla ésta vez tampoco ha ocurrido nada. La cúpula de hierro, nuestro guardián protector ha cumplido con su misión. No hay muertos, no hay heridos. Volvemos a entrar al apartamento y dejamos encendido el televisor para ver en la pantalla los rectángulos naranja que anuncian la llegada del rocket. Pendientes de que nuestro número, el 160, no aparezca y si lo hace, salir otra vez y hacerles un guiño a los vecinos.
Las escaleras en los edificios generalmente se encuentran al interior, es por eso que todos nos resguardamos allí. El lugar más seguro contra los cohetes que lanza Hamas es tras al menos 2 paredes de cemento, así que las escaleras cumplen bien con su labor, la nuestra, la de todos los que vivimos en Israel es la de cumplir con las normas que indica la defensa civil, y estas son estar pendientes de cuando suena la alarma y buscar un lugar seguro donde debemos resguardarnos por 10 minutos luego de escuchar la explosión.
¿Y qué es eso de la "cúpula de hierro"? En el momento en que el sistema sabe de la trayectoria de un misil las alarmas se activan en el territorio al que va dirigido, y como medida de precaución, la gente, es decir, nosotros, tenemos un tiempo determinado para buscar abrigo en algún lugar cubierto, preferiblemente elevado del suelo. El tiempo varía de acuerdo a nuestra distancia de Gaza. En Ramat Gan, la ciudad donde vivo, el tiempo es de un minuto y medio, pero el tiempo se reduce hasta llegar a los 5 segundos, para la gente que vive justo al lado de la franja, las personas que viven allí literalmente escuchan la alarma y la explosión al mismo tiempo.
Las opiniones sobre el conflicto abundan como las cucarachas en verano, unas blancas y otras negras, se atacan unas a otras devorándose con un odio arrasador. Millones de personas hiriendo unas a otras con sus lenguas de fuego quemándolo todo a su paso. Pero las cucarachas no construyen nada, están muy lejos de llegar a ser hormigas. Aferrarse ciegamente a una posición solo alimenta ésta guerra y no aporta nada a la paz.
Este es un asunto gris. No importa en donde te pares, ese lugar no puede ser ni muy negro ni muy blanco. En el negro morirás siendo un escudo humano que protege explosivos, en el blanco terminarás matando niños inocentes, aplastados sobre capas y capas de concreto, asfixiados por el polvo de alguna explosión.
¿De qué lado estar? No importa el lado en el que estés debes proteger tu vida a como dé lugar. Es lo único que importa. Si quieres sacrificar tu vida por un país, bien harías en abrir una fundación que ayude a las personas de ese país que viven en desgracia y dedicar toda tu vida a ello. En lugar de perder tu vida en un instante empuñando las armas que otros quieren que uses para proteger sus intereses.

Es no quiere decir que morderé la mano que me protege y me alimenta, la que me ha adoptado como otro hijo más, la que se convierte en un puño feroz dispuesto a destruir todo lo que la amenace. Esa mano para la que es importante cada uno de sus dedos, incluso el más pequeño y no está dispuesta a aceptar que nada ni nadie los lastime. Esa mano ha demostrado a través de la historia que sabe levantar palacios donde hay desiertos, imponerse sobre todas las adversidades ¿y cómo no querer ser otro dedo de esa mano? ¿Cómo no querer estar bajo su protección?

08 abril, 2013

Cecilia


Ya se hace un poco tarde para cerrar el 2012, pero mejor cerrarlo ahora y no dejarlo abierto para siempre, no porque haya sido un mal año, pero es que el 2012 me recuerda esa mala película con Hugh Grant que se llama “Cuatro Bodas y un Funeral”, que en nuestro caso se podría llamar “Tres funerales y un Matrimonio”, lo repito, no es que el 2012 haya sido malo, lo que quiero decir es que éste capítulo, como toda película, debe tener un final…

Mi abuelita Cecilia me decía padre. Padre quiere un café con leche? ¡Ay padre póngase un saco! ¡Padre vaya con cuidado! ¡Ay padre y cuándo es que vas a venir? No recuerdo haberla visto brava conmigo ni una sola vez, ni siquiera cuando en una ocasión le rompí ese caro florero de cristal de murano, tampoco cuando con Mónica y Maria Cecilia nos perdimos tarde una noche en el barrio La Soledad. Y no creo que fuera por ser su nieto preferido, al fin y al cabo el nieto preferido no era yo, era Alvaro Ernesto. A mí me decía “padre”, pero a él le decía “papi”.

No voy a olvidar su voz, su entonación, su emoción contando alguna historia, su amor y devoción por todos nosotros, su alegría y su infinito optimismo, diciendo siempre “¡es que yo sí soy muy de buenas!”, pero lo cierto es que la buena suerte la hemos tenido todos los que la conocimos.

Abuelita Cecilia, te has ido sin que supieras que en mis noches de insomnio pienso en tu voz para quedarme dormido, que me hubiera gustado escuchar una vez más “con pelos y señales” la historia de ese día en que llegaste por primera vez a Bogotá “de punta en blanco” a la sucia estación del ferrocarril, desentonando en el centro de “la capital” con esa elegancia y esa clase que conservaste hasta el último de tus días.

Te has ido y con tu partida me duele darme cuenta que ya no me quedan más abuelos, que las memorias que no alcanzamos a guardar de nuestros ancestros ya están perdidas para siempre, que no estuve allí para acompañarte en tus últimos suspiros, mientras que tú sí estuviste allí para escuchar los primeros míos.

Un día nos vamos a encontrar otra vez.  A las 5 de la tarde me preguntarás si me tomo un café con leche, que luego me llevarás mientras veo al Chavo del Ocho, y escucharé a mi abuelito preguntar quién le abrió huecos a la mantequilla, a lo que le responderás: ¡Ay Alfonso no moleste!